miércoles, 19 de agosto de 2020

Sonrisas cansadas.

Mi abuelo es de sonrisa cansada al anochecer. Está sentado frente a la camilla del zaguán, fumando, con camisa blanca de tirantes, oliendo a jabón "Lagarto" y con vestigios diseminados de espuma de afeitar en su rostro. 

Sale de casa pronto y regresa más allá de la media tarde. Al volver y tras asearse en la pila del patio, enjabona hasta el infinito una brocha de pelo largo con base de nácar blanco que comparte conmigo. Me siento mayor oliendo como él.

Usa una maquinilla "Palmera" que pesa mucho, con dos hojas que se abren girando la parte inferior del mango. Después de cada uso guarda la cuchilla en su cajita de cartón, seca y envuelta en su papel original. No me la deja tocar. Se rasura sin prisa pero sin demasiada atención, siempre le queda barba rebelde entre sus arrugas. Su piel suena, es un continuo chasquido al paso de la maquinilla, yo lo disfruto embelesado, le pregunto si duele y me contesta como siempre, con su cansada sonrisa.