lunes, 27 de febrero de 2017

No importa.


No importa que me hayas olvidado, que no te acuerdes, es igual, no importa. Yo te achico sentimientos, te bombeo emociones vestidas de recuerdos en blanco y negro, sin tonos grises, sin caras tristes, te compulso el querer con menciones concretas y citas exactas, con situaciones familiares,cosas y casos que te suenen, que me rescaten del olvido.
No importa que no me sepas, que no te conste, que no sea más que un ahijado perdido en el tiempo de tu historia, no importa. No importa que me hayas olvidado, yo te canto y te cuento mis recuerdos, alacena de emoción, respeto y cariño que no entiende de distancia, espacio ni tiempo, instantes tan cercanos o lejanos como la profundidad del adentro y en el mío cabe un todo, un todo tan grande que me pierdo y pierde en tu camino, posado en el olvido del pasado, entre vidas y vivencias, en el limbo de la eternidad.
No importa que me hayas olvidado, disipado en tu memoria, que no me encuentres entre tus cuentos, que no me recuerdes, te siento igual desde mi todo, un todo tan grande e inevitable que me pierdo y me pierde, algo tan imborrable como un tatuaje en la piel, un sentir que te evoca sin pañuelos mojados, sin lágrimas que secar, con la emoción escrita en mayúsculas, con letra clara, caligrafiada en tinta de alegre orgullo, sin penas que tragar, sin nada que ocultar.
No importa que no me sepas, que no te conste, que me hayas olvidado, yo a ti no.

jueves, 23 de febrero de 2017

El higo chumbo


He visto un reportaje sobre los higos chumbos y sin quererlo me he acordado de mi abuela Andrea. Mi abuela me los pelaba con un trapo empapado en agua y un cuchillo. Los rozaba bien para quitarle las púas, les cortaba la corona, les talaba los pies y con un simple corte de arriba a abajo les arrancaba la piel.
La Lancha Olivera estaba plagada de chumberas y mientras subíamos al tinao buscábamos los más gordos, blanditos y coloraos, los verdes siempre eran para mañana. Yo no participaba, a mi no me dejaba meter la mano porque por allí vivía un lagarto y si me la pillaba se la comía. 
Aún tengo aquella carne en la memoria el paladar, una pulpa que me sabe a gloria, con un regusto que me delata, un poso eterno... creo que nunca unas manos tan rugosas y trabajadas pudieron transmitirme tanto, de hecho, no habrá nunca nada más suave y dulce que las manos de mi abuela. Por eso estaban tan buenos aquellos higos.

viernes, 17 de febrero de 2017

Me gustas tú.


Me gustas, me gusta pensarte, viajarte, llegarte y verte, me gusta olerte, sentirte y mirarte, mantenerte la mirada, aguantarte la emoción, perderla, recuperarme, creerte y guardarte.
Me gusta tu nido de recuerdos, tu esclavitud emocional, tu acunado sentir, tu dulce aroma, tus porrinas mañaneras, tu café negro, tu taza desconchada, tu bollo amollecío, me gusta.
Me gusta fumar tu aire, ese que inunda de paz los pulmones, escuchar tu canto a mi pasado, tu habla cantarina, tus sonrisas callejeras, me gusta.
Me gusta sentarme en tu lomo, cabalgar en tu historia, pensar sin pensar, me gusta hacerte fotos, me gusta escribirte, leerte, que me leas, que me dictes. Me gustan tus silencios a la cara, tus palabras al oído, tus momentos que lo dicen todo, los instantes que todo lo callan, tus verdades a voces, tus secretos públicos. Me gusta tu estancia, tu tiempo sin horas, tus tardes de cañas, tus noches de copas, tus veladas de desenfreno, tus mañanas de ibuprofeno, tus tardes a corazón abierto, tu franca alegría, me gusta.
Me gusta soñarte despierto, tus viajes sin salir de mi, los días sin plan, los ratos de mesa camilla, los cafés de zagúan, las charlas sin fin. Me gusta vivirte mucho, dormirte poco, me gusta tu sol, tus días de lluvia, tus mudos consejos, tus mirada clara, tu besar que nunca acaba, tus abrazos a tiempo parcial, tu amor a borbotones, tus lágrimas a destiempo, me gusta.
Me gusta hablarte, oírte, que me rías, que te rías, me gustan tus gestos, tus palabras bonitas, tus íntimos rincones, tus ratos de soledad, me gusta tocarte, rozarte, me gusta tu imagen a primera vista, tu estampa detallada.
Me gusta tu elegante posado, tu bello presente, tu vivo futuro, tu profunda emoción, me gusta tu abierta sonrisa, tu triste ausencia, tu horquilla del pelo, tu cuerpo vetusto, tu bella arruga, tu claro negro, tu gris mandil.
Me gustan tus formas, me gustas tú, me gusta tu gente, me gusta San Vicente.

viernes, 10 de febrero de 2017

Vivir el pueblo


Aquello lo entendía como lo más parecido a la libertad, era un viaje a la alegría que duraba unas catorce o quince horas, toda una aventura que empezaba con un madrugón impropio para empezar bien cualquier cosa. 
Para un niño como yo era un viaje alucinante y por largo y cansino que pudiera parecer constituía la travesía más ilusionante del mundo. Eran fechas largamente esperadas, marcadas con letras de deseo en el calendario de la fantasía y la imaginación infantil.
Disfrutaba mirando por la ventanilla, era feliz imaginando la llegada. Yo no tenía ni idea de que pudieran existir tantos y tan diferentes sitios, eran horas y horas con el mapa sobre las piernas, es más, creo que yo inventé el gps. Humano, eso sí, pero gps.
El seco y desquebrajado cuero de los asientos era mi segunda piel y aliado con los pantalones cortos, se adhería cruelmente bajo las piernas para penalizar con dolor la mera intención de cambiar de posición. Aquellos viajes en la parte de atrás de un Seat 600 me enseñaron con la experiencia que eso de que en el medio está la virtud no es del todo cierto, en el medio está la incomodidad.
Tres o cuatro paradas eran inevitables, un par de ellas para homenajear a mi madre vaciando las fiambreras y alguna que otra para levantar el capó del motor, eran medidas obligadas y sometidas al protocolo del hambre, el tiempo y la temperatura del motor...
Nada más llegar se disparaban los instintos y querías empezar ¡ya!, era algo tan esperado que te podía el entusiasmo, la ansiedad por vivir el pueblo. La necesidad de tíos y abuelos, era algo urgente, perentorio, una necesidad vital, eran días para vivir rápido, vivir cada momento y al día sin más carga que una conciencia escasa, días imbuidos en vida, días para dejarte querer por quien te quiere, días donde el pensar quedaba muy a desmano, días para vivir. 
Aquello era vivir el pueblo, para mi, algo entendido como lo más parecido a la Libertad.