sábado, 16 de abril de 2016

Mi tío Domingo.

Estoy escalando por la estantería de la memoria, ¿Cual es vuestro recuerdo más antiguo? El mío, creo que es ese que apenas asoma por la última balda, si, ese. Lo bajo y os lo cuento.
El recuerdo más antiguo es el de ir sobre los hombros de mi tío Domingo, el tercero de los hermanos de mi madre, con los dedos metidos entre su pelo, más largo por cierto de lo que suelo recordar como habitual en él o que mis manos eran muy pequeñas, no sé. 
Debo de tener tres o cuatro años, no más porque mi hermana Andrea aún no ha nacido y bajamos por la Lancha Olivera, antes de llegar a casa de mi Tía Paula. A la altura de su puerta paramos. Allí está ella, sentada con otra señora, a la sombra y en el sitio de siempre, con las piernas totalmente plegadas y sus brazos rodeando las rodillas contra sí. 
Viste totalmente de negro, medias, mandil y zapatillas del mismo color, igual que la vecina que la acompaña. Al oírnos hablar, sale del interior mi tío Pedro en camiseta blanca de tirantes de esas de toda la vida, aparece entre una cortina de macarrones de plástico, se viene secando el cuello con una toalla. Hablan entre ellos.
María y Tini están llegando en dirección contraria, vienen juntas a casa, son las primas hermanas de mi madre, unas mujeres buenas con la que no tuve todo el trato que me hubiera gustado. Son muy jóvenes en ese momento, sonríen mientras me miran y asienten, creo que por algo que les está contando mi tío mientras que mi padre, mi madre y mi abuela llegan por detrás. Mi padre viene con una pajita en la boca, mi madre cogida de su brazo y mi abuela, sonriendo como siempre, pelando un higo chumbo con un trapo en las manos que supongo será para mi, como siempre hacía.
La calle que baja es larga y ancha. Hace mucho calor y el cielo está despejado sin un par de tristes nubes donde buscar osos. Huele a pan y tierra caliente así que supongo que estamos en verano, rondando el mediodía.  Recuerdo mis dedos tironeando de su pelo, sus ásperas manos de peón me agarran por los tobillos, las gotas de sudor corren por su cuello, un cuello tan grueso para mis piernas que casi no lo abarcan. 
Mi tío huele a tabaco negro, un aroma que destaca sobre los demás olores y recuerdo estar muy contento, veo la vida desde el poder de su altura, desde la atalaya que es mi tío Domingo, lo que con el tiempo fue mucho más que un simple tío, un hombre que es más fuerte y más alto que Urtain, un ser al que adoro, un coloso casi mítico con el que apenas estoy un mes al año.
Soy feliz allí, subido en la balconada de su estatura, dominando el mundo junto a él y con él, con mi tío Domingo.

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