sábado, 23 de febrero de 2019

Somos memoria.


Lo que más disfruto de mi pueblo es pasear por uno de mis lugares favoritos, el "Valle Segundo", la calle donde vivían mis abuelos. Allí me siento, siento mi pasado, y le hablo a mi nieta de mi familia y los momentos vividos.
Pasear por allí es buscar en el aire retales muertos y poder dar con alguien que te los reviva, alguien que por la "pinta" te saque y te hable de tu pasado.  Al poco tiempo, la charla te hablará del pueblo, de la gente que ambos conocéis, de tu familia y sobre todo de la vida de tus muertos.
Te recordarán personas, caras, colores y aromas que ya no están pero existen en la memoria de la forma única y personal en que nos acordamos de las cosas y la gente que importa, de los buenos y malos recuerdos.
Yo ya empiezo a ser memoria,  el único guardián de mis recuerdos, de las estampas vividas en otros tiempos. Empiezo a ser un guardián de mis recuerdos y espero serlo digno para transferir a mis nietas del amor por mi pasado, la pasión por mi tierra y el orgullo de mi gente.
Somos memoria, somos pasado y presente. El futuro, está por venir.

Amor a borbotones.


A pesar de los años, de haber mudado todas las tallas habidas y creo que por haber, aún hoy, cuando ya empiezo a cansarme subiendo escaleras, sigo soñando.
Los sueños son momentos en blanco vestidos con mandil a cuadros negros, tiempo flotante con forma de la paz, ratitos en defensa propia conscientes del onírico por puntual disfrute de unas manos marcadas con miles de arrugas, de sabrosas caricias y sensaciones de las que brotan aromas inolvidables, olores a recuerdos que se reparten por las calles del pueblo como generosa cortesía de mi pasado.
Sigo soñando con una desdentada sonrisa sentada en la puerta de casa, una mujer de alegría permanente que despide amor a borbotones, una sonrisa siempre hacendosa a la que aún hoy echo de menos sin bruma ni distorsiones, con la nitidez de un amor total y transparente.
A pesar de los años sigo soñando sin incidencias y en mis mejores sueños sueño que me despierta, y que lo hace con uno de aquellos interminables besos de metralleta, besos de un amor incontenible, total y a borbotones.
Ese sería mi sueño.

La vuelta de la historia.


Vuelve la historia. Su mochila es demasiado grande aunque no pese, prefiero cargar yo con ella. Va dos metros por delante de mí, con la cabeza gacha, mirando sus manos, o sus pies, o contando los baldosines (veo moverse sus labios y señalar con su dedo) que va pisando unos sí y otros no.
Se inclina ante una planta, las manos en sus rodillas desnudas, coge una flor blanca y pequeña, continua caminando jugando con ella. De pronto, sin más razón que la de ser una niña, echa a correr unos metros. Luego sigue caminando, sus ojos en la flor, se gira, me mira, sonríe, viene a mi y me coge de la mano. Me habla de sus cosas, unas no tienen nada que ver con las otras pero le demuestro con la atención que todas me importan mucho, son cosas importantes para ella, es lo que importa, las cosas importantes de su vida. La vuelta de la historia.