lunes, 25 de noviembre de 2019

Un pañuelo. dos horquillas y una dentadura.


Un pañuelo, dos horquillas y una dentadura. A mi abuela Andrea le lloraban los ojos y siempre llevaba un pañuelo blanco bajo la manga izquierda de la camisa, a la altura de la muñeca. Aquel pañuelo era "multiusos", lo mismo recogía sus lágrimas, gotas que de ella brotaban porque sí, como me limpiaba los mocos, se secaba el sudor o curaba mis piteras. Un pañuelo para todo.
Siempre llevaba moño y se lo hacía con una destreza y perfección rodada en años de práctica, no la recuerdo con otro peinado. Mientras con la mano izquierda agarraba la mata por su base, con la derecha retorcía en un círculo su canoso cabello aguantando entre los dientes un par de horquillas que rematarían su obra.
Tenía dentadura postiza pero le daba igual, nunca se la ponía, los dientes dormían en un tétrico y transparente vaso con agua, no había forma. A mi me hacía gracia verla comer sin dientes, la imitaba masticando exageradamente con los labios y se partía de risa...
Un pañuelo, dos horquillas y una dentadura. 

lunes, 11 de noviembre de 2019

Sueños



Sueño con mi abuela, creo que es porque la recuerdo muy guapa, inmersa siempre en el trabajo de su casa y el tinao. Casi siempre que sueño con ella está haciendo algo, sólo la pillo descansando cuando se sienta a la puerta con las vecinas.  
Son mi sueños pero no los sueño como quiero, los sueño siempre igual. En mis sueños, mi abuelo está sentado en el zaguán. Moja con la punta de la lengua el papel de fumar, tose mientras con sus dedos surcados de profundo trabajo lían su cigarrillo. Huele a cuero viejo.
Mi sueño siempre empieza conmigo de pequeño, en pantalón corto. El cielo está limpio. La calle caliente. Tía Marga está a un lado, anda como pidiendo permiso, un poquito inclinada hacia adelante, lleva un delantal de cuadros sobre una camisa clara de manga corta, vieja, con puntos salidos. Mi madre está en el patio lavando la ropa.
Mi casa es piedra mullida como una alfombra de lujo, se está bien, muy bien. Es una casa feliz.
En este punto, mi abuelo se levanta, se pone una camisa blanca y se cubre la cabeza con la boina, saca el chisquero y gira con la palma de la mano la rueda hasta que prende de nuevo la mecha, el cigarro siempre se le apaga un par de veces. Me encanta verle fumar, se gira hacia mi, me mira, con el cigarrillo colgando en el extremo de esa sonrisa que siempre me pareció agradecida, coge la garrafina y me hace un gesto. Vamos.
Tía, también me sonríe mientras se limpia las manos con un trapo de cocina, en sus ojos está esa dulzura que años después perdió con el alzheimer. Me dice adiós con la mano.
Creo que entiendo mi sueño y no me da miedo. A veces, sueño con mis muertos más queridos, y siempre me despierto lleno de paz.

Una vida.


Olvidé y no sin pena cómo se llamaba, es más, ya ni dibujo su cara en mis recuerdos., ha pasado mucho tiempo y una vida... Nuestros abuelos eran vecinos en aquellos tiempos de puerta siempre abierta y cerraduras sin llave, en los que lo que había se compartía aunque no sobrara y nunca faltaba para el niño que por allí pasara.
Los recuerdos con él me llevan al pantalón corto jugando al "guá" sobre el polvoriento firme del Cristo,a  un balón en la flama del empedrado y una peli de Domingo en el cine. Poco más.
A veces me gustaría tener una de esas memorias ordenadas, con archivadores niquelados, perfectamente ordenados por fechas, colores y olores a los que sus dueños acuden con seguridad en busca de datos pero no..., mi memoria no es así, el almacén de mis recuerdos es una especie de escombrera o muladar, una miscelánea de imágenes que surgen sin ningún orden lógico, una mezcla de aromas únicos, caras nubladas, miedos infantiles, sabores y tactos revolcados en la memoria de mucho tiempo, de una vida.