sábado, 16 de abril de 2016

La trampa del paraíso.

Contente y aguanta, no te acerques por allí, ni se te ocurra porque caerás en la tentación, morderás la fruta prohibida, pecarás de pasión y ya será tarde, ya no habrá remedio ni solución.
No vayas, no tientes a la suerte. Te ligará su historia, su nobleza, te contagiará la sencillez y naturalidad de sus gentes, apestarás a normalidad y modestia. Es sumamente peligroso, no vayas, ni te acerques.
No vayas, no se te ocurra porque caerás en su red y aplastado por sus argumentos, serás presa fácil, te mostrará la manzana y caerás, te convencerá con el tinte de sus tonos, la magia de sus colores, la mezcla de sus aromas y la amalgama de sus sabores. Te engancharás a la alegría de sus gentes, su hablar cantarina y el deje de su optimismo. 
No vayas, ni te acerques, probarás su prueba, catarás su mondonga, su chacina, sus bollos y porrinas, memoria a cucharadas que te harán esclavo de sus sabores, víctima de tu paladar y cautivo de tu pasado.
No vayas que volverás, volverás y subirás a mirarlo desde la balconada de tu intimidad, a solas con tu compañía, te sentarás junto al tinao, cerca de la ermita y sentirás como te atrapa el brillo de su luz, la dulzura de su imagen  y la belleza de su estampa, vivirás la caricia del entorno, el brote de las emociones, la plenitud de las sensaciones y la doctrina de los recuerdos. Puro, sincero, sin tinieblas, con la transparencia de un amor sincero.
No vayas, lo que no se conoce no se ama, no vayas al pueblo, San Vicente es así, monte de orégano, pelos de punta, cuna de lo entrañable, baúl de los recuerdos y lágrimas al aire, San Vicente es... la trampa del paraíso.

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