miércoles, 27 de diciembre de 2017

Unos hombros sin hombreras.


   Mi pueblo es la puerta de un tinao, táctil belleza del tiempo, como la nobleza de unos hombros sin hombreras, la pureza de una conciencia sin cargo, de unos sueños despiertos en pasajes dormidos. Mi pueblo es limpio como un cielo estrellado, como la mirada de un niño, leal como una manga sin as, una vida sin trampas, natural como una cara sin maquillaje, una piel gastada, un lema de vida, un gesto de honor.
   Mi pueblo es real como la vida, como el ayer del mañana, mi pueblo es de verdad, es una historia sin cirugía, sin corte ni recorte, sin más verdad que la realidad, sin estética que maquillar ni nada que disimular, mi pueblo es el sentir del orgullo, un trance de pasión, la droga sana, la luz de la memoria, de los ojos cerrados, mi pueblo es un abrazo al vacío, a mil escenas repetidas, a una infancia eterna, a las caricias en conserva,  mi pueblo son cantos sin sirena, ruidos conocidos, silencio de recuerdos, paseo entre las nubes, entre lágrimas de amor y sonrisas de ternura. 
   Mi pueblo es la nobleza de unos hombros sin hombreras, de la puerta de un tinao, del poder de su gente, el tesoro de San Vicente.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Despertar en paz.

Siempre que sueño con mis muertos me despierto lleno de paz. A mi abuela la veo con la cara limpia y el pelo recogido, esto creo que debe significar que la recuerdo muy guapa. Siempre está inmersa en el trabajo de su casa y el cuidado de todos.
A mi abuelo lo recuerdo sentado en el corral, con camiseta de tirantes blancos, apoyando sus manos sobre las piernas y una toalla que le rodea el cuello, junto a la pila y recién lavado tras volver de trabajar. En este punto, se levanta, saca la llana del saco, la moja en la pila y la frota contra otra más pequeña rozando sus caras.
Se gira hacía mí, me mira con el cigarrillo colgando en el extremo de esa sonrisa que siempre me pareció un poco triste y amarga, aunque antes pensaba que era porque no estaba satisfecho con su vida y ahora, con la sabiduría y profundidad de mis arrugas, veo en sus ojos que era otra cosa, tal vez una cierta melancolía, la de vernos crecer y saber que el tiempo avanza.
Mi abuela, desde la puerta también me sonríe paño en mano y en sus ojos está esa dulzura que perdió antes de tiempo, cuando le tocaba disfrutar.
Creo que entiendo mi sueño y no me da miedo, siempre me despierta la paz.
Feliz Navidad a todos.

jueves, 14 de diciembre de 2017

Mi abuelo "Pinea".

Era un tipo sin afeitar, con gorra de botón en la visera, pantalón, chaqueta de pana marrón y palillo en la boca. Debajo lleva un jersey de punto beig, el pelo con la raya a un lado marcada con tiralíneas y de la camisa y los zapatos no me acuerdo. Fumaba Ideales y su imagen le daba un aire de hombre rudo y duro con cara de lo que era, un buen tipo.
Era un buen tipo con pinta de ello, un hombre acostumbrado a recibir collejas impagadas, un hombre que pasó sus últimos años viudo, sentado en su sofá, entre muletas y novelas de Marcial Lafuente Estefanía. Allí hablábamos de todo sin sacar nunca nada en claro, era todo un filósofo sin público, sin doctrina, él era el que mandaba, un hombre al que se le iluminaban los ojos buscando la razón entre sus historias. Disfruto escuchando a gente así, gente apasionada.
Coleccionaba mil cosas que contar y muchas más para olvidar, él en sí era toda una historia, un cuento fascinante que con palabras pulía el negro mate de su corazón, sin sombra de cicatrices, rencores ni máculas. Una vida con un final mutilado, opaco y apagado. 
Era un coleccionista de golpes y hendiduras, como un personaje de Berlanga, un tipo con carácter y de mala relación alma-cerebro, sin zonas oscuras ni resplandecientes, con mil estampas quemadas por el fulgor de un momento y el dolor más atroz. Era un tipo que valía la pena, un alma afín, alguien con quien juntar a muerte las espaldas en la pelea de la vida, un hombre al que mirar de frente, un tipo al que abrazar.
Todo un tipo mi abuelo "Pinea".

lunes, 11 de diciembre de 2017

Poemas mudos.

La memoria es el oxígeno del viejo, una mascarilla de vida, es la tinta invisible de la historia, la de los poemas mudos que visten de recuerdos, la emoción y temblor de las palabras, la que azota al olvido en defensa propia, la que huele a corcho y bollo, ríe a gritos y se aguanta las ganas de besar.
La memoria es luz sin farola, sombra que juega con la ventaja de las cartas marcadas por el tiempo, ases de la suerte para una partida sin fin, sin vencedores ni vencidos, sin más razón que el destino y la vida.
La memoria tiene aromas únicos, donde el pan no sólo huele a pan, huele a manos y besos, a azúcar y anochecer en el Cristo, a paseo hasta la ermita, ranas en la charca, chuches compartidas, piel caliente y pelo limpio, sonrisas frescas, patatera, cominera y migas en la era.
La memoria es libertad y nostalgia, son manos arrugadas, mirada perdida y sonrisa dispersa, es un requiem de alegría, una peineta a la muerte, es la chispa de vida que solapa ausencias, es ruido de hojalata y escopeta de madera, son voces en la puerta, botijo en la camilla, cortina de colores, tiempo y poesía. La memoria es la palabra de los poemas mudos.



sábado, 9 de diciembre de 2017

Abre la puerta


Abre la puerta, no se me ocurre una forma mejor de vivir que apartar el cerebro no más allá de lo justo y necesario y dejarte llevar por el instinto, los sentimientos y el corazón.  Abre la puerta a tu pasado, cierra los ojos y déjate llevar, respira sus aromas, escucha sus sonidos, siente su tacto y disfruta los sabores del tiempo. 
Abre la puerta y siente el amor, el paladar de tu historia, la porrina, la abuela sentada en la calle, corta como tu madre cominera sobre pan, baña las migas en café, saborea las golosinas del Cristo, el pestorejo de tía Agustina, la prueba de la Isabel, báñate otra vez en la viña de tío Julio.
Abre la puerta y disfruta de los tuyos, siéntate en la barra de la bici, siente la emoción del cariño, vuelve a botar la pelota en el empedrado imposible, acompaña a abuela al horno de pan, pasa a ver a Tía Paula camino del tinao, entra, abre la puerta, disfruta de aquellos gestos, estampas tatuadas en la memoria, mensajes del alma escritos en color, en tinta de vida.
Aparta el cerebro, déjate llevar y abre la puerta.

jueves, 7 de diciembre de 2017

La bicicleta.


Hoy, entrando en el portal me he encontrado con mi vecino Carlos que venía de hacer deporte. Tiene una bici de la leche que por el precio debe incluír tres habitaciones, salón, cocina y baño y eso me ha hecho pensar en que hay dos tipos de usuarios de bicicleta.
Por un lado están los que montan unas bicis de poliglato de carbono oxigenado con un peso al aire de 365´72 gramos y más marchas que un tres ejes. Suelen ir vestidos de licra técnica amarillo-fosforitada, guantes de ñu ventilados anti-roce y mallas “marcapaquete” con protección escrotal testada por la Oficina Europea del Consejo de Presión Asiento-Testicular y supervisada por la NASA.
Por otro lado, está la gente mayor de mi pueblo. Los “abuelinos” suben al tinao de los Canchos Blancos o acuden a arreglar el mundo cada tarde a la Fuente de los Caños en una BH u Orbea de 13 kilos más o menos, de los años 70 con asiento separa-miembros de anchocuero y sin cambio de marchas, construida en hierro de Altos Hornos de Bilbao y lustrada de óxido ferroso envejecido, con timbre de ring-ring y bomba de inflado incorporado.
También están ellas, sus mujeres. que con falda y medias del mercadillo encima cargan con la compra!.
Mi vecino Carlos me ha hecho pensar.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

La puerta de casa.


Recuerdo que la puerta de casa, como todas las del pueblo, no era una puerta al uso, una puerta para hoy, era una puerta partida en dos, sin planchas de acero, mirillas ni alarmas, con un pestillo sin candado ni motivo y estaba blindada por la honradez, la amistad y la buena vecindad.
La puerta de casa tenía en su parte inferior un agujero cuadrado para el paso de los gatos, cuando el caso es que yo no recuerdo la estancia de ninguno en casa, algo que no me extraña estando dentro mi tío Chiripa. La llave, de pesado metal, colgaba en el zaguán presumiendo de tranquila y oxidada vejez.
Para entrar había que meter el brazo y desplazar el pestillo de la hoja de abajo. Tras el zaguán, el pasillo daba paso a la alegría de vivir, al son del paso de cada día, a las bromas de mis tíos, la desencajada risa de mi abuela y la eterna sonrisa de mi tía Marga. Allí moraba la naturalidad y la generosidad de la escasez, por allí desfilaba cada día mucha y buena gente, buenos vecinos y mejores personas. Una voz bastaba para entrar hasta el corral y enseguida aparecía la eterna sonrisa dando la bienvenida mientras secaba sus manos en el mandil.
El patio daba al cuartel, la pila de fregar a la derecha, una higuera lo centraba y una especie de pequeño palomar encerraba los secretos de mi tío Faustino, secretos violados por mi presencia, por los privilegios de ser el primer y por entonces único nieto de la Señora Andrea.
La puerta de casa, como todas las de mi pueblo, era una puerta partida en dos, con un pestillo sin candado ni motivo, una puerta con entrada libre a verdad, a la dignidad de la humildad, a los valores de mi familia, de mi casa, como todas las del pueblo.

martes, 5 de diciembre de 2017

Un trapo blanco.


Seguro que lo recordáis. Era un trapo para todo del tamaño de servilleta y media, un trapo blanco que pasaba su existencia en el hombro posado, que lo mismo secaba manos que borraba de tu cara el aceitoso rastro de la porrina, que mojado pelaba higos chumbos y seco lamía el sudor trabajado.
Era un trapo áspero que suavemente entre mimos te limpiaba la sangre de la rodilla,  un trapo para ahuyentar moscas, un trapo que sobre sus piernas extendido recogía las migas de picar pan y en su cabeza retorcido amortiguaba el equilibrado peso de la tinaja, un trapo entre sus manos mil veces al día estrujado y mil veces al sol colgado acartonado, un trapo de amor sudado.
Era un trapo del tamaño de servilleta y media, un trapo blanco.

jueves, 23 de noviembre de 2017

El todo de unos pocos.



Nadie somos historia de nada, sólo formamos parte del todo, del todo de unos pocos que serán la historia de los siguientes. 
Yo me crie con mi familia materna, esa es mi historia presente, mi pasado conocido, la memoria que hago vida para que no morir en el olvido de mis siguientes.
Mi abuela paterna, Rosario Rebollo Bejarano ("Arrecía") murió en el año 60, un cáncer la devoró cuando sólo tenía 48 años de edad, no la conocí. Al poco tiempo, en el 62, escasos meses después de mi nacimiento se fue mi abuelo "Porras", José Jiménez Camisón, también muy joven, demasiado jóvenes los dos.
Ambos forman parte de mi historia, del todo de un pasado desconocido, de un ayer sin recuerdos alimentado por las mil historias en la historia, en los relatos que desde pequeño conformaron mi pasado, una vida imaginaria, un pasado sin memoria.
Cuando estoy en el pueblo busco esa historia, familia, hijos de hijos, parientes y amigos de amigos me cuentan, me nutren de pasado, alimentan el vacío en los recuerdos, riegan con relatos la historia de una nada, del todo de unos pocos.
Sólo formamos parte de un pasado sin recuerdos, del todo de unos pocos, de la historia de los siguientes.


martes, 14 de noviembre de 2017

Huevos tontos.


No me acuerdo como los llamaba ella, sé que por otros lares son conocidos como "huevos tontos" pero no era así como los llamaba mi abuela... El caso es que en casa no sobraba nada por lo que nada se tiraba si era susceptible de poder ser comido. 
Recuerdo que los domingos, con el pan duro de toda la semana mi abuela preparaba tostadas de pan frito para desayunar y de vez en cuando, con las migas hacía unas bolitas bañadas en leche y mezcladas con ajo picado, aceite, yemas y una "mihina" de poleo... entre alguna otra cosa que seguro que se me escapa.
Nada ni nadie podrá hacer jamás nada parecido con tanta sencillez, no habrá jamás nada que me sepa igual que aquellas bolitas cuyo nombre no recuerdo, sólo sé que era un manjar de amor sobre un plato blanco y descascarillado, un sabor guardado en el tacto de sus manos, la memoria del paladar y la luz de su recuerdo.
No me acuerdo como los llamaba ella...

jueves, 26 de octubre de 2017

Un lugar para sentir.


Es un lugar especial, un sitio sentido y para para sentir, para encontrarte contigo, con tu historia y pasado. Es una biblioteca sensitiva, son letras sentidas y talladas en libros libres, en vitales recuerdos muertos, de ausencias, un mundo de vidas sembradas en el olvido, en la presencia ignorada que motiva y conforma tu persona, tu presente y futuro, que marca tu vida y sentir.
Es la primera visita, es una llegada a la necesidad, a la sonrisa de aquellos juegos, aquellos besos y abrazos, aquella vida guardada en el almacén del olvido, en imágenes rescatadas a modo de emociones en el recuerdo. Es un paso por la mirada al interior, un breve paseo por el pavoroso silencio del pasillo que nos lleva al pasado, del presente que conforma mi orgullo.

Foto gentileza de Fátima Hernández Martín.

martes, 19 de septiembre de 2017

La receta del amor.

Paseando por el pasado, pensando de paso en personas casi sin rostro, grandes por humildes que me recuerdan una casa pequeña y acogedora, blanca de brocha gorda en palo largo, de puerta sin llave, en dos partida que invita a entrar, a sentirse a gusto y sentarse cómodo.
Son recuerdos gastados por el tiempo y protegidos por el uso, son tesoros rescatados del alma, untados de niñez, de amor puro, de gratos aromas y olores amables, de imágenes arrugadas. de mirada cristalina, de luz caliente, mandil mojado, zapatillas viejas, escobilla de afeitar y navaja afilada. Es un revolcón a la memoria, un rever de detalles, un vareo de la lana, de paliza alñ colchón, un beber del botijo que preside el zaguán, a llegar al patio donde lava la ropa, verla y mirarla, volver a imaginar sus arrugadas manos sacudiendo los nudos de la blancura, su expresión, donde entre pliegues del trabajo asoma su eterna sonrisa, donde brota la alegría.
Pensando en el pasado paseamos por la vida, por el hilo del tiempo y volvemos al ayer de los cajones por descubrir, los armarios por revolver y la eternidad de los recuerdos, imágenes sin luz donde duerme la verdad, donde posa la receta del amor.

lunes, 31 de julio de 2017

Con la mente en blanco.


Estaba yo pensando en lo que cabe en una mente en blanco, cómo en un recipiente tan pequeño pueden entrar tantas cosas y luego lo entiendo, así que se derraman y desbordan... 
Son mucho más que cosas, casas y casos, son sitios y lugares donde caben rostros y aromas, sol y canchos, tinas, botijos, mondonga y buche, donde caben luces sin sombra, idas y venidas, alegrías y penas, sonrisas y abrazos, gestos puros y besos castos.
Entra y ven, siéntate en la eternidad de los suspiros inacabados, en el amor de una mujer, la locura del querer queriendo, de los sueños muertos en recuerdos vivos, en verdades enteras sin mentiras a medias.
Estaba yo pensando en lo que cabe en una mente en blanco, voces amigas en murmullo alegre, sonrisas repetidas en reflejos sin espejo, lágrimas contenidas en nudos de garganta, añoranza sin melancolía, sentimiento en profunda flor de piel, vello erizado como un roce provocado, como una caricia controlada. 
Estaba yo pensando con la mente en blanco, donde caben miradas sin reojo ni sextos sentidos, donde se sienten a raudales los momentos libres, el placer sencillo de la humildad, estaba yo pensando en un lugar infinito sin espacios vacíos, sin huecos libres en el horizonte, donde todo lo ocupa el alma de los sueños muertos, de los recuerdos vivos, de las cosas, casas y casos vividos, de cigüeñas volando en un cielo sin nubes, del corcho apilado de alcornoques gigantes, de bellotas en el suelo y trigo en la era, una mente en blanco con horas de ida y kilómetros de vuelta donde cabe mucho más que todo, donde caben vidas muertas, donde cabe la permanente presencia en el aire de una abuela dándome lo que siempre me dio, todo lo bueno que pudiera tener y lo que no, vida desde su ida.
Con la mente en blanco... 

miércoles, 28 de junio de 2017

Desde antes de conocerte.


Supe que iba a quererte desde antes de conocerte, de tenerte delante, desde el día que sin mirarte ya te vi diferente, desde aquel momento en que la vida nos presentó. Sé que te quiero porque sin querer haces que te quiera, porque con la nada transmites el extraño don de tu sencillez, porque me gana el orgullo de tu empatía, de mi historia en tu pasado.
Te querré siempre porque tu aire es mi caricia, tus ojos mi conjuro y tu mirada mi escalofrío, porque así lo siento, porque es una pasión que parte del nido de mis recuerdos, navegando por la edad, en el interminable y profundo  surco de mis arrugas.
Supe que iba a quererte, desde antes de conocerte, perdido por tu forma de ser, tu manera de vivir y tu modo de sentir.
Lo sabía y lo sé, siempre supe que iba a quererte, desde antes de conocerte.

sábado, 20 de mayo de 2017

Ocho horas.


Ocho horas no son nada, no son nada pero han bastado para distinguir la luz sin sombras, para leerte a doble cara y con tinta legible, para repasar el pasado cerrando los oídos y abriendo el corazón, para sentir la eterna primavera en el continuo florecer de los recuerdos.
No son nada pero han bastado para hacerme presente y revivir aquellas mañanas de cochinos y tinao con ella, para sonreír al aire, para sentir el calor de una charla confortable, para notar el afecto en la expresión de mi gente, para vivir la familia, conocer y reconocer nuevas personas.
Ocho horas no son nada, sólo son el impulso de los latidos, de la inconsciente voluntad, del placer del último sorbo y el ansia por la dosis de una droga emocional, ocho horas no son nada, no son nada pero bastan y han bastado para vivir con ventaja, para sentirlo y sentirme, para alimentar mi orgullo, para contar que los días pasan y en cada minuto hay una hora, en cada hora un día y en cada día un alarido, un tierno recuerdo, un amor infinito por mi pueblo, algo que como los recuerdos, no se pudren con el tiempo.
Ocho horas no son nada pero bastan y han bastado para respirar, para sentir mi presente con la dignidad de mi pasado.

jueves, 4 de mayo de 2017

Pana zurcida.


San Vicente está relleno de recuerdos, de pana zurcida, de melodía oída y voz sentida, de aromas perdidos y sensaciones vividas, de caminos por donde volver, pasados por repasar y futuros que dictar.
San Vicente es un sueño escogido, una sensación por rescatar, un veneno inoculado y el antídoto aplicado, es el tiempo perdido y la edad vivida, es abrazos por dar, manos por estrechar, besos que recibir y errores que repetir.
San Vicente es vital, es sueño capital, es castillos que idear, es máscara y cáscara por miedo a llorar, poco que decir y mucho que contar, melancolía callada en pasión disimulada.
San Vicente es el telón por correr, una historia por narrar, es trigo por moler y poesía sin recitar, es blanco bajo gris, negro sobre luto, coleta cana, trabajo y fruto, es colchón de lana, piel curtida, sensata locura y pena sentida.
San Vicente es tal, ni es verdad ni es mentira, es un cuento real y por mucho que te cuente, siempre será igual, es poco que decir y mucho que contar, está relleno de recuerdos, de melodía oída, de aromas perdido y emoción escogida, es un sentir... para toda la vida.


martes, 25 de abril de 2017

Como siempre.


Estamos sentados a la mesa camilla, ella no, ella lo hace aparte, en la esquina y sobre un tan viejo como usado asiento de corcho, el de siempre. No lleva puestos los dientes, como siempre, un trozo de pan danza en su boca mientras sus manos aguantan otro que desmiga restos en su mandil. Huele a pimientos asados y pollo frito.
Sonríe, como siempre. Las bromas de mis tíos provocan su contagioso alborozo, su alegría de vivir, su inolvidable disfrute y más que evidente ansia por vivir el momento. Vive para amar y reír disfrutando cada segundo con la intensidad de su querer, con su amor a borbotones. 
Sonríe, como siempre, es única. Mi madre y tía Marga le ayudan en la cocina, están de espaldas, todos ríen con ella, es la alegría, el centro de todo, es ella, mi abuela Andrea, la Quirina.
Se fue pero aquí está, donde siempre ha estado, en su viejo y usado asiento de corcho, con migas en el mandil y sonriendo, como siempre.

sábado, 8 de abril de 2017

Cerrar los ojos


Cerrar los ojos y revivir, recordar tu sabor, tu textura, tu aroma y color, tu silencio en fondeo, sonido anclado a fuego lento, un sentir con arpeo, una lágrima sin lamento.
Una pasión durmiente, lo más hondo del alma, el rincón de la calma, el recuerdo de tu gente. Un amar de lejos, la esperanza de un quizás, la ilusión sin complejos, la quimera del jamás. 
Cerrar los ojos y revivir, un cogido por la mano, un abrazo temprano, un beso que besa, una porrina en la mesa, un afecto sincero, un callado te quiero.
Un brasero caliente, un sentir en las entrañas, una pasión por San Vicente, una verdad sin patrañas. Una historia en la memoria, una prueba palmatoria, una herencia en esencia, un tatuaje en la vivencia.
Cerrar los ojos y revivir, el más profundo sentir, una pura emoción de imposible expresión, son recuerdos de vida, un amor sin medida, es memoria de mi gente, es amor por San Vicente.

viernes, 31 de marzo de 2017

Es así.


San Vicente es así, es no olvidar, es vivir la muerte, inundar de paz el alma, sentir las cosas buenas y endulzar los recuerdos; es recargar la emoción, quererte orgulloso, talar penas y disfrutar la danza de la memoria. 
Es mamar amor, seguir los pasos pasados, posar los pies en las nubes y escuchar los versos del tiempo, es alimentar el alma, acariciar los aromas y ver con los ojos cerrados, sentir. 
Es dar presencia a la ausencia, rodar la memoria, girar el sentido de la lógica y volar a la utopía, es tocar sus manos, sentir sus besos, escuchar su voz, reír su risa, contar cochinos y buscar culebras entre canchos. 
Es el poso del café, el desconche de una taza, una triste despedida, un desayuno lloroso, una lágrima en la sonrisa, un adiós desde la puerta, una mirada atrás, un disimulo imposible, una fiambrera de lata, un calor infernal, una marca de escay, un capó levantado, una pena que cumplir, un volver a empezar.
San Vicente es así.

miércoles, 22 de marzo de 2017

A fuego lento.


Mi pueblo son mis recuerdos. Una mente abierta bajo un moño cerrado, una mirada blanca tras gafas de montura negra, una risa sin disimulo y una boca mullida por la falta de dentadura, ese tétrico artilugio que nunca se pone, que pasa su existencia en el olvido y posa su utilidad en la profundidad de un vaso de agua.
Sus manos no conocen guantes, lo mismo enredan en la lumbre a pecho descubierto que despellejan pimientos asados o pelan a traición las púas de los higos chumbos, son unas manos inquietas, vividas por el trabajo, rudas, ásperas y sin brillo, unas manos secas y fatigadas, unas manos tan duras que acarician con una suavidad imboreable, un amor inmortal.
En mi pueblo se pasa sin llamar, basta una voz desde el zaguán para su calor te atienda, para que entre la oscuridad de aquel pasillo aparezca secando sus manos en el mandil una dulce estampa que siempre sonríe al bienvenido, un gesto de idílica conformidad, una alegre expresión terriblemente acentuada en la ausencia con la tilde de su dulzura y la verdad hecha sencillez.
Mi pueblo es un íntimo sentir con aroma de niñez, pan, corcho y porrinas, un amor eterno, una pasión instigada como se instigan las pasiones, a fuego lento.

sábado, 18 de marzo de 2017

Paseando por el pueblo.


Cuando paseo por el pueblo la vida me enamora, Siempre suelo ir por el paseo de siempre aunque nunca es el de siempre, la compañía del pasado, la música de los recuerdos y la siempre diferente mirada de la senda hacen del recorrido un canto celestial, un camino teñido de candidez y fantasía , una idílica analgama de historias que componen su sinfonía, un compás de cuentos y vivencias, la historia de las historias que componen a las personas. 
De la mano del pasado, entre recuerdos, piedras, el persistente aroma de la niñez, el tenaz azul del cielo y los gruñidos de los cochinos, acompañado por la cantarina danza de las cigüeñas me sumo en una ensoñación cercana al origen de mi todo.
Me encanta pasear por mi vida, por el camino de siempre que siempre es diferente, que nunca es el de siempre porque nunca es igual como tampoco lo soy yo, y ahí nos encontramos, en nuestras diferencias nos reconocemos, nos volvemos a ver, y allí me enamoro de mi vida, mi pueblo, mi pasado y mi historia.
Cuando paseo por el pueblo la vida me enamora.

lunes, 13 de marzo de 2017

Un sitio en el mundo.


Se quejan los eucaliptos agitados por el viento, como echándole la culpa de su silbido entre la brutalidad del silencio. Estamos bien allí sentados, yo echo de menos el cigarrillo de cuando fumaba, con cada bocanada de pasado inundo de amor mis pulmones, me disperso en la eternidad de los recuerdos y la neurona se adormece en el placer, esa tonta sensación de paz cerebral, esa cosquilla que conscientemente nos fija la vista en la sonrisa del infinito.
Estamos allí, en un lugar sin rutinas, siempre diferente, de sentir inaplazable, de mirada perdida y verdades puras, un lugar que hace fácil que me sienta bien, que me hace saber que tengo un sitio en el mundo, un paraíso para compartir la vida con mi nieta, un lugar en el que a pesar del viento sube su imposible aroma, esa inodora sensación de hogar y pan, un calor de brasero y bollo que sólo yo distingo mientras Lucía, toda emocionada, cuenta cochinos entre los canchos. Estamos cerca del edén.
Hay cigüeñas volando en el trozo de cielo que diviso entre los árboles, nos ponemos en pié, ya es hora de ir a comer y nos vamos. Lucía me coge de la mano, lleva un palo en la otra y habla sin parar, me cuenta cosas que yo no sé, me enseña y distingue lo importante de lo banal, me habla sin parar de sus cosas, de Dora, Botas, Zorro y los Cantacuentos. La veo sin mirar, la escucho sin parar, es una historia fácil, repetida y conocida, una historia que me nubla la vista, un déjà vu, una lucha de lágrimas por su supervivencia contra el disimulo de la hombría. Mi abuela sonríe desde cielo.
La vida es una noria, una sonrisa al pasado, un orgulloso presente, un carrusel. una broma de la historia, una imagen presente, una lágrima furtiva, la vida es... un sitio en el mundo.

jueves, 9 de marzo de 2017

Recuerdo...


Recuerdo las tardes sin horas, las mañanas sin horarios, los días sin calendario y los paseos sin itinenario, recuerdo los pantalones cortos, los boliches  en el Cristo, la peonza del primo Joaquín, las chapas por el suelo de El Litri, los paseos a horcajadas en bici con mi tío Chiripa, las voces de mi abuela para comer, las migas con café de mi padre, las meriendas de pan y cominera.
Recuerdo el ir de casa en casa, la tienda de la tía Cruz, el zaguán de la Isabel, los joriños de la Joaquina, la casa de la prima Antonia, la viña del tío Julio, el rosario de corcho de la tía Serapia, la permanente sonrisa de la tía Mari Juana, la ternura de la tía Agustina, el Land Rover del tío Luis y la contagiosa risa de la Isabel.
Recuerdo las arrugas de la tía Paula, los abrazos de la prima María, el correr delante de la Tini, el botijo siempre colgado del tío Pedro, recuerdo el calor de la vecindad, la generosidad porque si, el afecto natural, el valor de la familia, los asientos en la calle, la charla distendida, el siempre hola de quien viene, el adiós mengano de quien se va...
Recuerdo el olor a pan, el aroma a porrinas, recuerdo a mi gente, el ayer de mi presente, la verdad de mi pasado y el sentir de mi gente, recuerdo el valor de lo que vale, recuerdo mi pueblo.

lunes, 27 de febrero de 2017

No importa.


No importa que me hayas olvidado, que no te acuerdes, es igual, no importa. Yo te achico sentimientos, te bombeo emociones vestidas de recuerdos en blanco y negro, sin tonos grises, sin caras tristes, te compulso el querer con menciones concretas y citas exactas, con situaciones familiares,cosas y casos que te suenen, que me rescaten del olvido.
No importa que no me sepas, que no te conste, que no sea más que un ahijado perdido en el tiempo de tu historia, no importa. No importa que me hayas olvidado, yo te canto y te cuento mis recuerdos, alacena de emoción, respeto y cariño que no entiende de distancia, espacio ni tiempo, instantes tan cercanos o lejanos como la profundidad del adentro y en el mío cabe un todo, un todo tan grande que me pierdo y pierde en tu camino, posado en el olvido del pasado, entre vidas y vivencias, en el limbo de la eternidad.
No importa que me hayas olvidado, disipado en tu memoria, que no me encuentres entre tus cuentos, que no me recuerdes, te siento igual desde mi todo, un todo tan grande e inevitable que me pierdo y me pierde, algo tan imborrable como un tatuaje en la piel, un sentir que te evoca sin pañuelos mojados, sin lágrimas que secar, con la emoción escrita en mayúsculas, con letra clara, caligrafiada en tinta de alegre orgullo, sin penas que tragar, sin nada que ocultar.
No importa que no me sepas, que no te conste, que me hayas olvidado, yo a ti no.

jueves, 23 de febrero de 2017

El higo chumbo


He visto un reportaje sobre los higos chumbos y sin quererlo me he acordado de mi abuela Andrea. Mi abuela me los pelaba con un trapo empapado en agua y un cuchillo. Los rozaba bien para quitarle las púas, les cortaba la corona, les talaba los pies y con un simple corte de arriba a abajo les arrancaba la piel.
La Lancha Olivera estaba plagada de chumberas y mientras subíamos al tinao buscábamos los más gordos, blanditos y coloraos, los verdes siempre eran para mañana. Yo no participaba, a mi no me dejaba meter la mano porque por allí vivía un lagarto y si me la pillaba se la comía. 
Aún tengo aquella carne en la memoria el paladar, una pulpa que me sabe a gloria, con un regusto que me delata, un poso eterno... creo que nunca unas manos tan rugosas y trabajadas pudieron transmitirme tanto, de hecho, no habrá nunca nada más suave y dulce que las manos de mi abuela. Por eso estaban tan buenos aquellos higos.

viernes, 17 de febrero de 2017

Me gustas tú.


Me gustas, me gusta pensarte, viajarte, llegarte y verte, me gusta olerte, sentirte y mirarte, mantenerte la mirada, aguantarte la emoción, perderla, recuperarme, creerte y guardarte.
Me gusta tu nido de recuerdos, tu esclavitud emocional, tu acunado sentir, tu dulce aroma, tus porrinas mañaneras, tu café negro, tu taza desconchada, tu bollo amollecío, me gusta.
Me gusta fumar tu aire, ese que inunda de paz los pulmones, escuchar tu canto a mi pasado, tu habla cantarina, tus sonrisas callejeras, me gusta.
Me gusta sentarme en tu lomo, cabalgar en tu historia, pensar sin pensar, me gusta hacerte fotos, me gusta escribirte, leerte, que me leas, que me dictes. Me gustan tus silencios a la cara, tus palabras al oído, tus momentos que lo dicen todo, los instantes que todo lo callan, tus verdades a voces, tus secretos públicos. Me gusta tu estancia, tu tiempo sin horas, tus tardes de cañas, tus noches de copas, tus veladas de desenfreno, tus mañanas de ibuprofeno, tus tardes a corazón abierto, tu franca alegría, me gusta.
Me gusta soñarte despierto, tus viajes sin salir de mi, los días sin plan, los ratos de mesa camilla, los cafés de zagúan, las charlas sin fin. Me gusta vivirte mucho, dormirte poco, me gusta tu sol, tus días de lluvia, tus mudos consejos, tus mirada clara, tu besar que nunca acaba, tus abrazos a tiempo parcial, tu amor a borbotones, tus lágrimas a destiempo, me gusta.
Me gusta hablarte, oírte, que me rías, que te rías, me gustan tus gestos, tus palabras bonitas, tus íntimos rincones, tus ratos de soledad, me gusta tocarte, rozarte, me gusta tu imagen a primera vista, tu estampa detallada.
Me gusta tu elegante posado, tu bello presente, tu vivo futuro, tu profunda emoción, me gusta tu abierta sonrisa, tu triste ausencia, tu horquilla del pelo, tu cuerpo vetusto, tu bella arruga, tu claro negro, tu gris mandil.
Me gustan tus formas, me gustas tú, me gusta tu gente, me gusta San Vicente.

viernes, 10 de febrero de 2017

Vivir el pueblo


Aquello lo entendía como lo más parecido a la libertad, era un viaje a la alegría que duraba unas catorce o quince horas, toda una aventura que empezaba con un madrugón impropio para empezar bien cualquier cosa. 
Para un niño como yo era un viaje alucinante y por largo y cansino que pudiera parecer constituía la travesía más ilusionante del mundo. Eran fechas largamente esperadas, marcadas con letras de deseo en el calendario de la fantasía y la imaginación infantil.
Disfrutaba mirando por la ventanilla, era feliz imaginando la llegada. Yo no tenía ni idea de que pudieran existir tantos y tan diferentes sitios, eran horas y horas con el mapa sobre las piernas, es más, creo que yo inventé el gps. Humano, eso sí, pero gps.
El seco y desquebrajado cuero de los asientos era mi segunda piel y aliado con los pantalones cortos, se adhería cruelmente bajo las piernas para penalizar con dolor la mera intención de cambiar de posición. Aquellos viajes en la parte de atrás de un Seat 600 me enseñaron con la experiencia que eso de que en el medio está la virtud no es del todo cierto, en el medio está la incomodidad.
Tres o cuatro paradas eran inevitables, un par de ellas para homenajear a mi madre vaciando las fiambreras y alguna que otra para levantar el capó del motor, eran medidas obligadas y sometidas al protocolo del hambre, el tiempo y la temperatura del motor...
Nada más llegar se disparaban los instintos y querías empezar ¡ya!, era algo tan esperado que te podía el entusiasmo, la ansiedad por vivir el pueblo. La necesidad de tíos y abuelos, era algo urgente, perentorio, una necesidad vital, eran días para vivir rápido, vivir cada momento y al día sin más carga que una conciencia escasa, días imbuidos en vida, días para dejarte querer por quien te quiere, días donde el pensar quedaba muy a desmano, días para vivir. 
Aquello era vivir el pueblo, para mi, algo entendido como lo más parecido a la Libertad.