miércoles, 27 de diciembre de 2017

Unos hombros sin hombreras.


   Mi pueblo es la puerta de un tinao, táctil belleza del tiempo, como la nobleza de unos hombros sin hombreras, la pureza de una conciencia sin cargo, de unos sueños despiertos en pasajes dormidos. Mi pueblo es limpio como un cielo estrellado, como la mirada de un niño, leal como una manga sin as, una vida sin trampas, natural como una cara sin maquillaje, una piel gastada, un lema de vida, un gesto de honor.
   Mi pueblo es real como la vida, como el ayer del mañana, mi pueblo es de verdad, es una historia sin cirugía, sin corte ni recorte, sin más verdad que la realidad, sin estética que maquillar ni nada que disimular, mi pueblo es el sentir del orgullo, un trance de pasión, la droga sana, la luz de la memoria, de los ojos cerrados, mi pueblo es un abrazo al vacío, a mil escenas repetidas, a una infancia eterna, a las caricias en conserva,  mi pueblo son cantos sin sirena, ruidos conocidos, silencio de recuerdos, paseo entre las nubes, entre lágrimas de amor y sonrisas de ternura. 
   Mi pueblo es la nobleza de unos hombros sin hombreras, de la puerta de un tinao, del poder de su gente, el tesoro de San Vicente.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Despertar en paz.

Siempre que sueño con mis muertos me despierto lleno de paz. A mi abuela la veo con la cara limpia y el pelo recogido, esto creo que debe significar que la recuerdo muy guapa. Siempre está inmersa en el trabajo de su casa y el cuidado de todos.
A mi abuelo lo recuerdo sentado en el corral, con camiseta de tirantes blancos, apoyando sus manos sobre las piernas y una toalla que le rodea el cuello, junto a la pila y recién lavado tras volver de trabajar. En este punto, se levanta, saca la llana del saco, la moja en la pila y la frota contra otra más pequeña rozando sus caras.
Se gira hacía mí, me mira con el cigarrillo colgando en el extremo de esa sonrisa que siempre me pareció un poco triste y amarga, aunque antes pensaba que era porque no estaba satisfecho con su vida y ahora, con la sabiduría y profundidad de mis arrugas, veo en sus ojos que era otra cosa, tal vez una cierta melancolía, la de vernos crecer y saber que el tiempo avanza.
Mi abuela, desde la puerta también me sonríe paño en mano y en sus ojos está esa dulzura que perdió antes de tiempo, cuando le tocaba disfrutar.
Creo que entiendo mi sueño y no me da miedo, siempre me despierta la paz.
Feliz Navidad a todos.

jueves, 14 de diciembre de 2017

Mi abuelo "Pinea".

Era un tipo sin afeitar, con gorra de botón en la visera, pantalón, chaqueta de pana marrón y palillo en la boca. Debajo lleva un jersey de punto beig, el pelo con la raya a un lado marcada con tiralíneas y de la camisa y los zapatos no me acuerdo. Fumaba Ideales y su imagen le daba un aire de hombre rudo y duro con cara de lo que era, un buen tipo.
Era un buen tipo con pinta de ello, un hombre acostumbrado a recibir collejas impagadas, un hombre que pasó sus últimos años viudo, sentado en su sofá, entre muletas y novelas de Marcial Lafuente Estefanía. Allí hablábamos de todo sin sacar nunca nada en claro, era todo un filósofo sin público, sin doctrina, él era el que mandaba, un hombre al que se le iluminaban los ojos buscando la razón entre sus historias. Disfruto escuchando a gente así, gente apasionada.
Coleccionaba mil cosas que contar y muchas más para olvidar, él en sí era toda una historia, un cuento fascinante que con palabras pulía el negro mate de su corazón, sin sombra de cicatrices, rencores ni máculas. Una vida con un final mutilado, opaco y apagado. 
Era un coleccionista de golpes y hendiduras, como un personaje de Berlanga, un tipo con carácter y de mala relación alma-cerebro, sin zonas oscuras ni resplandecientes, con mil estampas quemadas por el fulgor de un momento y el dolor más atroz. Era un tipo que valía la pena, un alma afín, alguien con quien juntar a muerte las espaldas en la pelea de la vida, un hombre al que mirar de frente, un tipo al que abrazar.
Todo un tipo mi abuelo "Pinea".

lunes, 11 de diciembre de 2017

Poemas mudos.

La memoria es el oxígeno del viejo, una mascarilla de vida, es la tinta invisible de la historia, la de los poemas mudos que visten de recuerdos, la emoción y temblor de las palabras, la que azota al olvido en defensa propia, la que huele a corcho y bollo, ríe a gritos y se aguanta las ganas de besar.
La memoria es luz sin farola, sombra que juega con la ventaja de las cartas marcadas por el tiempo, ases de la suerte para una partida sin fin, sin vencedores ni vencidos, sin más razón que el destino y la vida.
La memoria tiene aromas únicos, donde el pan no sólo huele a pan, huele a manos y besos, a azúcar y anochecer en el Cristo, a paseo hasta la ermita, ranas en la charca, chuches compartidas, piel caliente y pelo limpio, sonrisas frescas, patatera, cominera y migas en la era.
La memoria es libertad y nostalgia, son manos arrugadas, mirada perdida y sonrisa dispersa, es un requiem de alegría, una peineta a la muerte, es la chispa de vida que solapa ausencias, es ruido de hojalata y escopeta de madera, son voces en la puerta, botijo en la camilla, cortina de colores, tiempo y poesía. La memoria es la palabra de los poemas mudos.



sábado, 9 de diciembre de 2017

Abre la puerta


Abre la puerta, no se me ocurre una forma mejor de vivir que apartar el cerebro no más allá de lo justo y necesario y dejarte llevar por el instinto, los sentimientos y el corazón.  Abre la puerta a tu pasado, cierra los ojos y déjate llevar, respira sus aromas, escucha sus sonidos, siente su tacto y disfruta los sabores del tiempo. 
Abre la puerta y siente el amor, el paladar de tu historia, la porrina, la abuela sentada en la calle, corta como tu madre cominera sobre pan, baña las migas en café, saborea las golosinas del Cristo, el pestorejo de tía Agustina, la prueba de la Isabel, báñate otra vez en la viña de tío Julio.
Abre la puerta y disfruta de los tuyos, siéntate en la barra de la bici, siente la emoción del cariño, vuelve a botar la pelota en el empedrado imposible, acompaña a abuela al horno de pan, pasa a ver a Tía Paula camino del tinao, entra, abre la puerta, disfruta de aquellos gestos, estampas tatuadas en la memoria, mensajes del alma escritos en color, en tinta de vida.
Aparta el cerebro, déjate llevar y abre la puerta.

jueves, 7 de diciembre de 2017

La bicicleta.


Hoy, entrando en el portal me he encontrado con mi vecino Carlos que venía de hacer deporte. Tiene una bici de la leche que por el precio debe incluír tres habitaciones, salón, cocina y baño y eso me ha hecho pensar en que hay dos tipos de usuarios de bicicleta.
Por un lado están los que montan unas bicis de poliglato de carbono oxigenado con un peso al aire de 365´72 gramos y más marchas que un tres ejes. Suelen ir vestidos de licra técnica amarillo-fosforitada, guantes de ñu ventilados anti-roce y mallas “marcapaquete” con protección escrotal testada por la Oficina Europea del Consejo de Presión Asiento-Testicular y supervisada por la NASA.
Por otro lado, está la gente mayor de mi pueblo. Los “abuelinos” suben al tinao de los Canchos Blancos o acuden a arreglar el mundo cada tarde a la Fuente de los Caños en una BH u Orbea de 13 kilos más o menos, de los años 70 con asiento separa-miembros de anchocuero y sin cambio de marchas, construida en hierro de Altos Hornos de Bilbao y lustrada de óxido ferroso envejecido, con timbre de ring-ring y bomba de inflado incorporado.
También están ellas, sus mujeres. que con falda y medias del mercadillo encima cargan con la compra!.
Mi vecino Carlos me ha hecho pensar.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

La puerta de casa.


Recuerdo que la puerta de casa, como todas las del pueblo, no era una puerta al uso, una puerta para hoy, era una puerta partida en dos, sin planchas de acero, mirillas ni alarmas, con un pestillo sin candado ni motivo y estaba blindada por la honradez, la amistad y la buena vecindad.
La puerta de casa tenía en su parte inferior un agujero cuadrado para el paso de los gatos, cuando el caso es que yo no recuerdo la estancia de ninguno en casa, algo que no me extraña estando dentro mi tío Chiripa. La llave, de pesado metal, colgaba en el zaguán presumiendo de tranquila y oxidada vejez.
Para entrar había que meter el brazo y desplazar el pestillo de la hoja de abajo. Tras el zaguán, el pasillo daba paso a la alegría de vivir, al son del paso de cada día, a las bromas de mis tíos, la desencajada risa de mi abuela y la eterna sonrisa de mi tía Marga. Allí moraba la naturalidad y la generosidad de la escasez, por allí desfilaba cada día mucha y buena gente, buenos vecinos y mejores personas. Una voz bastaba para entrar hasta el corral y enseguida aparecía la eterna sonrisa dando la bienvenida mientras secaba sus manos en el mandil.
El patio daba al cuartel, la pila de fregar a la derecha, una higuera lo centraba y una especie de pequeño palomar encerraba los secretos de mi tío Faustino, secretos violados por mi presencia, por los privilegios de ser el primer y por entonces único nieto de la Señora Andrea.
La puerta de casa, como todas las de mi pueblo, era una puerta partida en dos, con un pestillo sin candado ni motivo, una puerta con entrada libre a verdad, a la dignidad de la humildad, a los valores de mi familia, de mi casa, como todas las del pueblo.

martes, 5 de diciembre de 2017

Un trapo blanco.


Seguro que lo recordáis. Era un trapo para todo del tamaño de servilleta y media, un trapo blanco que pasaba su existencia en el hombro posado, que lo mismo secaba manos que borraba de tu cara el aceitoso rastro de la porrina, que mojado pelaba higos chumbos y seco lamía el sudor trabajado.
Era un trapo áspero que suavemente entre mimos te limpiaba la sangre de la rodilla,  un trapo para ahuyentar moscas, un trapo que sobre sus piernas extendido recogía las migas de picar pan y en su cabeza retorcido amortiguaba el equilibrado peso de la tinaja, un trapo entre sus manos mil veces al día estrujado y mil veces al sol colgado acartonado, un trapo de amor sudado.
Era un trapo del tamaño de servilleta y media, un trapo blanco.