sábado, 16 de abril de 2016

El alma amollecía.

Todo la venía bien y de nada se quejaba, nunca pasaba nada, ya se arreglará, todo merecía su sonrisa, hasta la vida. Nunca se le movían las gafas, de hecho no la recuerdo acomodándose jamás la montura.
Recuerdo mucho sus manos, unas manos curtidas, ásperas y demasiado trabajadas. Con ellas me pelaba las naranjas que abría en gajos e iba depositando en el mandil para desde allí ir dándomelas en la boca. Eran unos gajos calientes, era el calor de mi abuela, el que llevo marcado a fuego.
Mi abuela es aroma de café, corcho y porrinas, es la verdad de la verdad, la respuesta a la pregunta que nunca me he formulado, la humildad por bandera y la honradez por blasón, es ver más allá de donde mire, la frescura sin maquillar, la grandeza de los diminutivos y al alma "amollecía".
Por algún sitio leí... "Cuando te preguntes si has amado demasiado,.. pregúntate también si acaso has respirado de más para seguir viviendo."

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