Todo la venía bien y de nada se
quejaba, nunca pasaba nada, ya se arreglará, todo merecía su sonrisa, hasta la
vida. Nunca se le movían las gafas, de hecho no la recuerdo acomodándose jamás
la montura.
Recuerdo mucho sus manos, unas
manos curtidas, ásperas y demasiado trabajadas. Con ellas me pelaba las
naranjas que abría en gajos e iba depositando en el mandil para desde allí ir
dándomelas en la boca. Eran unos gajos calientes, era el calor de mi abuela, el
que llevo marcado a fuego.
Mi abuela es aroma de café,
corcho y porrinas, es la verdad de la verdad, la respuesta a la pregunta que
nunca me he formulado, la humildad por bandera y la honradez por blasón, es ver
más allá de donde mire, la frescura sin maquillar, la grandeza de los
diminutivos y al alma "amollecía".
Por algún sitio leí...
"Cuando te preguntes si has amado demasiado,.. pregúntate también si acaso
has respirado de más para seguir viviendo."
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