domingo, 18 de septiembre de 2022

Viendo pasar el tiempo.



Aquí empezó todo. La historia de mi familia hasta más allá de los ocho apellidos... Sus calles, aromas y lugares que me emborrachan de vivencias nunca olvidadas. 
Sonidos, juegos, sabores y colores, secretos de infancia marcados en la memoria con brasas de una ley no escrita, la de la atracción natural. Es el presente de mis recuerdos, son manos húmedas y arrugadas, besos de metralleta, lágrimas secas en un mandil a cuadros, son huellas de mis muertos, caricias al tacto del amor más puro, el que duerme en las entrañas del alma. El que morirá conmigo.
Aquí está viendo pasar el tiempo…

miércoles, 15 de junio de 2022

Gimnasia de los recuerdos.

Es una mezcla divisible y sin dudas distinguible, es aroma de picón, camilla y brasero, de corcho, canchos y cochinos. De porrinas y cominera, café megro, mondonga y buche, de sonrisas, besos francos, besos y abrazos sinceros.

Son aromas que se alojan en las entrañas del alma, indelebles al tiempo. Es el olor de un mandil mojado, de pan en rojo teñido, patatera y queso, de arrugas en las manos y besos de metralleta, es un amor inhalado en vena y exhalado en vida, olores que ventilan mi alma.

Aromas regresados, olores pegados a la vida, indemnes al paso del tiempo y la memoria, que arrancan la mirada de mi padre.

Gimnasia de los recuerdos.

jueves, 20 de enero de 2022

El sabor de la vida.



En el hierro de la cocina siembre había un viejo pucherino de lata descascarillada, de color parecido al marrón, con una sola asa y tapa redonda con visagra. Dentro, un colador de trapo que algún día debió de ser blanco y tres dedos de posos empapados en su jugo de café.

En el zaguán y la mesa camilla, un matamoscas rectangular, de plástico de colores y con un largo mango de alambre retorcido. Un brasero de picón sin tapa, una pala para revolverlo y un botijo de barro sudoroso.

El tapete era de ganchillo y posaba sobre otro más grande de cuadraditos de lana. Todo hecho a mano.

La puerta de casa era de madera, muy pesada, pintada de marrón y dividida en dos cuerpos por su mitad, con pasador de hierro en el interior de la parte de abajo que se abría simplemente metiendo el brazo por arriba. Abajo, una gatera con cortina de “escay” para el paso libre de los michinos. Nunca conoció llave que la cerrara. Por fuera, un escalón donde sentarse, ver pasar la vida y charlar con quien terciara.

La salida al corral la marcaba una cortina anti-moscas, hecha de boliches de alargados de plástico, de muchos colores y atravesados por el alambre que los unía.

La vida olía diferente, era calor de pan caliente, olor a porras y fragancia a café del pucherino, un viejo pucherino de lata descascarillada de color parecido al marrón…

La vida sabía diferente.