sábado, 30 de julio de 2016

Sentir de fábrica.


Una vida superficial solo sabe a agua, en cambio, cuando sientes un pasado que no miente, cuando el sentimiento viene de fábrica y en tu interior conservas un museo de leyendas atrapadas en el recuerdo. Cuando tienes vivencias agazapadas a flor de piel, cuando rescatas sensaciones de estantería del olvido y los recuerdos asoman sin superponerse en el templo de los inmortales, sin objeciones, sin mesura mental y con el magnetismo natural como más básico de los instintos, es cuando disfrutas del paladar vital, cuando te das cuenta que lo vivido es importante pero lo recordado es lo valioso y que si no eres feliz con poco..., jamás serás feliz con nada.

martes, 19 de julio de 2016

Un lugar donde volver.


Un lugar donde volver, donde callar los silencios, hablar para dentro, amar para fuera, donde abonar la sonrisa pendiente, detener las agujas del pasado, parar los recuerdos del futuro, el tiempo sin tiempo y la calma con prisa, una cuenta atrás en la emoción.
Una droga para el alma, para despertar la memoria de la piel, recordar los aromas del paladar, revivir sensaciones del pasado, para tocar el hoy sintiendo el ayer, para ver sin mirar, para liberar el sentimiento.
Un lugar donde respirar sin aliento, de cuentos en blanco y negro, de contar cochinos, de jugar a vivir, de soñar despierto, de contar ositos, soplar las nubes y escalar al cielo.
Un lugar de mucho, una felicidad con poco, un no pensar en nada, un creer en todo, un abrazo porque si, un beso de metralleta, un quizás sin cuando, sin porqué de los porqués, sin más ni menos, sin cómo ni dónde, un amor abierto, una sonrisa callada, una mirada entrañable, un roce en caricia, una mirada a escondidas, sin pro ni contra, sin hacia ni hasta, un lugar en el alma, una mente en blanco, un rincón en el corazón, una lágrima de amor.
San Vicente, un lugar donde volver.

domingo, 10 de julio de 2016

La garrafa.


La distancia no es el olvido. Mi abuelo "Pinea" era albañil, salía por la mañana fiambrera en mano a sus chapuzas con mi tío Faustino como peón y no regresaba a hasta última hora de la tarde.
Cada día, cuando mi abuelo llegaba a casa, a mi me tocaba la ida y venida hasta el Litri para comprar el vino de su cena. Llevaba para su relleno una pequeña garrafa de cristal, de apenas un litro de capacidad, forrada con una especie de trenzado de mimbre que llegaba hasta la estrechez de su boca con una sola asa por un costado. Hasta podría asegurar que tenía pegada una etiqueta de papel con propaganda de moscatel...
Mis abuelos vivían en el 68 de Hernán Cortés y para ir al Cristo no tenía calle que cruzar y el tráfico de entonces era tan escaso que no suponía precisamente un peligro, el peligro de ir a por el vino era el "Lala" y no precisamente su persona sino el pánico que me infundía, ese era mi temor de cada día.
Yo era un niño forastero y aunque compartía calle y juegos con el resto de los niños, no sé si por lo injusto que me parecía, la educación recibida o quizás y casi lo más probable, por el miedo a sus consecuencias, no veía muy normal eso de burlarse porque sí de una persona para luego salir huyendo por pies mientras sentías como si sus chillidos tuvieran patas... y más, teniendo en cuenta que por la tarde me podía a encontrar con él a solas a la hora de ir a comprar el vino de mi abuelo pero claro y por si las moscas... tampoco me quedaba a preguntar...
Una de aquellas tardes me acompañó mi padre, se había quedado sin tabaco y tenía que reponer sus "Ducados". Al darse cuenta de la situación se acercó a él y digamos que con la mejor de su voluntad, intentó presentármelo. Error, craso error. Recuerdo su imagen agachándose en la cercanía, su risa y sobre todo el volumen de su voz, yo resistía como podía ante los infructuosos intentos de mi padre por sacarme de su protección para demostrarme que no me iba a hacer nada, pero no se le arregló, era superior el miedo que me provocaba aquel hombre.
Hoy, casi cincuenta años después, únicamente el amparo a la imaginación podrían justificar los miedos de entonces y pienso en el pobre Lala y su indefensión ante la crueldad infantil, que no por ser inocentes cosas de niños deja de ser menos cruel.
Según para qué, la distancia no es el olvido y es que eso de la inteligencia emocional está muy bien si eres un ficus, si piensa tu sentimiento o no siente tu pensamiento, si desprecias tu pasado o si tus recuerdos carecen del aditivo emocional necesario que los convierta en memoria imborrable.
Hoy, mi recuerdo gira en torno a una pequeña garrafa de cristal forrada de mimbre, el miedo, las miradas furtivas desde la esquina de "El Litri" y la entrañable figura del pobre Lala porque cuando mandan los recuerdos, no hay distancia ni olvido.

miércoles, 6 de julio de 2016

Paseando por el pueblo.


Pasear por el pueblo es recorrer la avenida del recuerdo, pisar y pasar por el asfalto del pasado. Pasear por el pueblo es enseñar a amar, transmitir sentimiento y vida en envase de emoción, sin más envoltura que no sea corazón y alma, pasear por el pueblo es legar sentimiento, pasión por tu tierra y orgullo por tus orígenes.
Ya desde muy pequeño recuerdo la emoción en el rostro de mi padre al pasear con él por el pueblo, hablarme de cada lugar, de cada rincón y paraje, narrarme sus vivencias a flor de piel, contarme su infancia, su juventud, su noviazgo, sus padres, los trabajos en el campo, la temprana orfandad con la que les castigó la vida. Recuerdo sus lecciones de amor por sus hermanos, sus palabras templadas por el tiempo, hablarme del concepto de familia, de sus tías Porras, del tío Chato, de la tía Mari Juana, de sus primos Luis y Agustina... lo recuerdo todo, absolutamente todo, lo tengo marcado entre las hojas de mi historia.
Me sé y conozco la historia familiar "de cabo a rabo", quién es quién, hijo de quién cada uno, con quién se casó cada cual y cuantos hijos tuvieron. La historia familiar es una asignatura aprobada y con buena nota. Todo lo aprendí paseando por el pueblo.
Recuerdo con especial detalle aquel día. Yo tendría unos siete u ocho años, veníamos hacia el pueblo por la carretera de Alburquerque y de buenas a primeras, mi padre detuvo el coche en un apartado fuera de la calzada y se bajó. A unos viente o treinta metros había una gran encina que se asomaba a la carretera sobre la pared de piedras que delimitaba el terreno, era una encina majestuosa que sombreaba generosamente el lugar en un tramo curvo hacia la izquierda. Mi madre sabía dónde estaba y el porqué de la parada. Se quedó en el coche y le dejó ir, era su sitio y su momento.
Yo no sabía nada, me bajé y fui con él. Mi padre, apoyado en aquella pared de piedras y a la sombra de la encina apenas podía disimular la emoción, la humedad se le escapaba por los lacrimales, yo estaba asustado, no sabía lo que pasaba, simplemente me cogí a su mano y mirándole guardé silencio.
Cuando pudo me lo contó. Me contó como hacía unos años, viniendo andando hacia la finca de Valdespinar junto a su hermano Pepe, en ese mismo punto, a la sombra de aquella encina se encontraron con su padre al que tumbado en un carreta llevaban a morir al pueblo para que sus hermanas pudieran cuidar de él hasta su marcha. No volvería nunca más.
Muchos, muchos años después, yo, el nieto del Señor Don José Jiménez Camisón, "el Porras", cuando paso por ese lugar... reconozco la curva, la encina y la pared, recuerdo aquel momento y reduzco la velocidad.
La curva a izquierdas ya no es tanta curva y el trazado de la modernidad apenas permite demasiado espacio para la detención. Allí sigue la vieja encina regalando su generosa sombra sobre la misma pared de piedras, esa encina que quizás ya no es tan grande como hace años a mi me pareció, allí sigue el lugar donde mi padre vio ir a su padre camino de la muerte, allí mismo, en aquel mismo lugar, un lugar con historia familiar, un lugar de culto para mi padre, hombre al que debo todo el respeto y agradecimiento por haberme sabido inocular uno de los pocos valores que creo atesorar, la pasión por mi tierra y el amor por mis raíces, algo que portaré con orgullo hasta el fin de mis días, algo que aprendí... paseando por el pueblo.