miércoles, 27 de abril de 2016

Soy de San Vicente.

Soy de San Vicente, soy adicto a mi pueblo, a sus gentes y costumbres, al eco de sus vistas, al timbre de su canto, sus calles, silencios, miradas y tacto, a su aroma, sus risas, su alegría y su llanto, su paz y pasión, sus cosas y casas, su imagen y estampa. 
Soy de San Vicente, del negro sobre gris, las zapatillas blandas, la bata de guata y el moño canoso, la porrina de la mano, la tina en la cabeza, el cubo del pozo y la artesa de corcho.
Soy de San Vicente, reo del guionista, el que marca el paso y señala el rumbo de la vida, el que así lo decidió y eligió, el que quiso que quiera a mi pueblo como lo quiero, el que me envenena de emoción, se apropia de mi sensación y me hace presa fácil de sus encantos, quien aromatiza su espacio con perfume de besos lejanos y caricias del pasado, quien utiliza artes de amor en la memoria como modo de dependencia.
Soy de San Vicente, de un lugar mágico untado con recuerdos de infancia y aromas de niñez, dónde las piedras hablan y la memoria regurgita imágenes recónditas, gestos rescatadas del olvido y sensaciones perdidas en el pasado. 
Soy San Vicente, del lugar donde vive mi historia y nace mi pasado, donde empiezo la vida y nace mi muerte, donde se pierde el olvido y renace el recuerdo, cuna de mi existir.
Soy de San Vicente, soy dependiente del amor por mi tierra, la única droga que da siempre positivo. Hasta la muerte.

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