lunes, 13 de marzo de 2017

Un sitio en el mundo.


Se quejan los eucaliptos agitados por el viento, como echándole la culpa de su silbido entre la brutalidad del silencio. Estamos bien allí sentados, yo echo de menos el cigarrillo de cuando fumaba, con cada bocanada de pasado inundo de amor mis pulmones, me disperso en la eternidad de los recuerdos y la neurona se adormece en el placer, esa tonta sensación de paz cerebral, esa cosquilla que conscientemente nos fija la vista en la sonrisa del infinito.
Estamos allí, en un lugar sin rutinas, siempre diferente, de sentir inaplazable, de mirada perdida y verdades puras, un lugar que hace fácil que me sienta bien, que me hace saber que tengo un sitio en el mundo, un paraíso para compartir la vida con mi nieta, un lugar en el que a pesar del viento sube su imposible aroma, esa inodora sensación de hogar y pan, un calor de brasero y bollo que sólo yo distingo mientras Lucía, toda emocionada, cuenta cochinos entre los canchos. Estamos cerca del edén.
Hay cigüeñas volando en el trozo de cielo que diviso entre los árboles, nos ponemos en pié, ya es hora de ir a comer y nos vamos. Lucía me coge de la mano, lleva un palo en la otra y habla sin parar, me cuenta cosas que yo no sé, me enseña y distingue lo importante de lo banal, me habla sin parar de sus cosas, de Dora, Botas, Zorro y los Cantacuentos. La veo sin mirar, la escucho sin parar, es una historia fácil, repetida y conocida, una historia que me nubla la vista, un déjà vu, una lucha de lágrimas por su supervivencia contra el disimulo de la hombría. Mi abuela sonríe desde cielo.
La vida es una noria, una sonrisa al pasado, un orgulloso presente, un carrusel. una broma de la historia, una imagen presente, una lágrima furtiva, la vida es... un sitio en el mundo.

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