Acabo de regresar, he estado alli un mes revisando el estado de mis recuerdos, compartiendo memoria con mi familia y amigos hasta ratificar lo que siento y desde siempre pienso...
Las personas somos de donde nacen sus lágrimas de emoción, donde paren sus recuerdos, brotan sus aromas y se siente el calor del amor, nunca de otro lugar. La memoria es su historia, versos sin rima plasmados con tinta indeleble en el alma.
Siempre son los lejanos, aquellos actos, sonidos y alegrías de una infancia sin prisa, los que emanan de los poros cuando el bello está de punta, los que no engañan. Los que embargan la garganta en su narrativa, los que me cuenta mi tío Foro una y otra vez y no me canso de disfrutar.
Los momentos de hoy ya no caben en la edad, están frescos y el tiempo por vivir no da para que el poso del polvo los conserve en la memoria, no pasarán de la reciente. Las estanterías están repletas y no hay tiempo ni sitio para más, están llenas de vida, alegría y ausencias presentes en mi. No da para más.
Cada balda es única, allí está la porrina de la Travesía, la tina en la cabeza de mi abuela, su mandil a cuadros grises, el cepillo amarrado al palo de blanquear, la artesa de corcho para la matanza, la pila de lavar, la brocha de afeitar de mi abuelo, el brasero de picón y el espejo colgado en el patio. No hay sitio para más.
En la del medio, el chorrino de agua frente al tinao que va llenando la tinaja, mi abuela y yo sentados en un cancho mirando a la lejanía, con la marca de su aspereza en mis piernas, emocionado con una espada de madera en la mano que me ha hecho mi tío Chiripa para defenderla de los gruñidos cochineros. Por ella daría mi vida.
En la de ahí arriba están los higos chumbos que me pelaba con un trapo mojado frente a la casa de mi tía Paula, mis primas Tini y María sentadas en la puerta, los caquis, las brevas, los cochinos, la ermita, el transistor blanco Sanyo que trajo mi tío Domingo de su mili en Melilla colgado de una punta en la pared del zaguán, la mesa camilla redonda con tapete de ganchillo blanco y el botijo sudao. Mi abuela tiene que estar en la cocina porque huele a pimientos asados. El gallo está azul así que va a hacer bueno. La puerta de casa siempre abierta por su mediana de arriba, voces que al paso entran,... "buenos días Andrea"!!!, otras que salen "Adiós Toli, que tal tu madre??!!!! y eso era así, todos los días de la eternidad de mis recuerdos. Esta llena la balda.
Por arriba hay más mucho más, desde aquí veo la cuba de goma con restos de masa seca donde posa la herramienta mi abuelo, la higuera del patio, cuatro o cinco gallinas, una escopeta de aire comprimido para matar pajarillos, la red para cazar ranas, un equipaje del Madrid y la bici de mi abuelo.
Hay más, más arriba hay muchísimos más recuerdos, los recados al Litri para rellenar de vino la botellina forrada con esparto para mi abuelo, esa botella un día contuvo moscatel. Mi familia, ni inacabable familia, todos están allí, hay que mirar al cielo para verlos pero ahí están, en la balda superior de mi memoria.
Mirando al cielo.
Foto: Calle San Ramón 15, la que un día fue la casa de mis abuelos "Porras".
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