lunes, 26 de noviembre de 2018

Creer.


Siempre he sido agnóstico por ignorante salvo en lo que creo. Creo que el amor no se estudia en la facultad, que nunca he creído en más física que el roce ni más química que la mirada, creo en los números de la palabra aunque se la lleve el viento, en el detalle imperceptible de la expresión, en la franca mirada a un pasado sincero, en una historia verdadera, la de los ojos que no necesitan ver.
Creo en la salpicadura de la emoción, la sonrisa del calabobos, el calor del recuerdo, el cariño del aroma y el beso del deje, creo en el color blanco de unos canchos negros, en el pan teñido de patatera, en la oscuridad de la cominera y en el calor de la porrina, creo en la sonrisa.
Creo en la complicidad de la comodidad, en las preguntas de mi nieta con respuestas de mi abuela, creo en la historia de mi pasado contada por mi tío Foro, en la alegría de Deli cuando me ve, en el beso de Paquí, el abrazo de Julio y la tierna sonrisa de los Corchado, creo en el cariñoso trato de los Litri, en los "lambuceros" de María Luisa y las desatadas risas de mi prima Toñi, creo en el favor desinteresado y porque si, en la charla fácil y el saludo del amigo de tu amigo que en amigo te convierte, creo en la querencia a mi tierra y mi gente, creo en la verdad de San Vicente.

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