jueves, 22 de noviembre de 2018

Otro cantar.


Tenía una habilidad sorprendente y en un pispás te hacía la faena. Aquello me podía. Para mí era otro cantar, de hecho creo que debí de presenciarlo una sola vez, el resto lo suponía más que nada por la evidencia de los tenebrosos vestigios que iba dejaba mi abuela.
Recuerdo un pitas pitas por aquí y mucho alboroto en el corral y cuando te dabas cuenta te veías rodeado de un muy peculiar y penetrante olor a pelo quemado, una granulada piel de un amarillo tétrico a más no poder y plumas encogidas en un barreño flotando. Lo de las patitas con cuatro dedos puntiagudos junto a una encrestada cabeza de gallo degollada era otro cantar…
Mi abuela era una sonrisa permanente, una mujer muy madre y abuela y sobretodo muy feliz, maravillosa y extremadamente cariñosa pero, cuando pillaba la faca en el corral… aquello era otro cantar. Y no de gallo precisamente.

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