domingo, 18 de agosto de 2019

A solas conmigo.


Pasaban de las doce de la noche cuando salí a la calle, tenía ganas de pasear conmigo, de vivir mi atemporal sentimiento sin ramas por donde irse, racional, calmado y cuerdo, con la prudencia de la querencia desmesurada y el impulso de la serenidad, sin tropezones de locura, sin remedio, sin sueños durmientes. A solas conmigo.
Pasear a lo ancho de mi pueblo y lo largo de mi vida, por un lugar perfumado de con aroma para el romántico, con el sabor que sabe, con el gusto de unos besos con los ojos cerrados, con el tacto de un blanco pañuelo arrugado en el bolsillo, un trapo calado de lágrimas recogidas.
Andar entre las arrugas de mi vida, esquivando al olvido con la pureza de un amor sin sexo, de un querer inducido por la naturalidad de unas raíces bien profundas, de un planta regada con el agua de la pasión por mi tierra.
Podría ser de otra manera, pero no sería igual, tenía que ser a solas conmigo.

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