jueves, 14 de diciembre de 2017

Mi abuelo "Pinea".

Era un tipo sin afeitar, con gorra de botón en la visera, pantalón, chaqueta de pana marrón y palillo en la boca. Debajo lleva un jersey de punto beig, el pelo con la raya a un lado marcada con tiralíneas y de la camisa y los zapatos no me acuerdo. Fumaba Ideales y su imagen le daba un aire de hombre rudo y duro con cara de lo que era, un buen tipo.
Era un buen tipo con pinta de ello, un hombre acostumbrado a recibir collejas impagadas, un hombre que pasó sus últimos años viudo, sentado en su sofá, entre muletas y novelas de Marcial Lafuente Estefanía. Allí hablábamos de todo sin sacar nunca nada en claro, era todo un filósofo sin público, sin doctrina, él era el que mandaba, un hombre al que se le iluminaban los ojos buscando la razón entre sus historias. Disfruto escuchando a gente así, gente apasionada.
Coleccionaba mil cosas que contar y muchas más para olvidar, él en sí era toda una historia, un cuento fascinante que con palabras pulía el negro mate de su corazón, sin sombra de cicatrices, rencores ni máculas. Una vida con un final mutilado, opaco y apagado. 
Era un coleccionista de golpes y hendiduras, como un personaje de Berlanga, un tipo con carácter y de mala relación alma-cerebro, sin zonas oscuras ni resplandecientes, con mil estampas quemadas por el fulgor de un momento y el dolor más atroz. Era un tipo que valía la pena, un alma afín, alguien con quien juntar a muerte las espaldas en la pelea de la vida, un hombre al que mirar de frente, un tipo al que abrazar.
Todo un tipo mi abuelo "Pinea".

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