Seguro
que lo recordáis. Era un trapo para todo del tamaño de servilleta y media, un
trapo blanco que pasaba su existencia en el hombro posado, que lo mismo secaba
manos que borraba de tu cara el aceitoso rastro de la porrina, que mojado
pelaba higos chumbos y seco lamía el sudor trabajado.
Era
un trapo áspero que suavemente entre mimos te limpiaba la sangre de la rodilla, un trapo para ahuyentar moscas, un trapo que
sobre sus piernas extendido recogía las migas de picar pan y en su cabeza retorcido
amortiguaba el equilibrado peso de la tinaja, un trapo entre sus manos mil
veces al día estrujado y mil veces al sol colgado acartonado, un trapo de amor
sudado.
Era
un trapo del tamaño de servilleta y media, un trapo blanco.
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