martes, 10 de mayo de 2016

Garantía de por vida.


Jamás vendería no que no comprara, no valgo para ello y además, en este caso tampoco tendría demasiado sentido, yo vendo lo mío, lo que nadie puede comprar, lo que no se encuentra en los chinos ni lo tiene el Corte Inglés. Vendo lo que cuento y cuento lo que siento, sabiendo lo que digo, sin necesidad de pensar, sale sólo, sin querer, con la naturalidad de una expresión sincera y sin postureos, componendas ni composturas innecesarias, sin retórica ni más intención que evocar mi lejano pasado, mis entrañables recuerdos, hablar de mi tierra y contar sobre un sentimiento verdadero, puro e íntimo como homenaje a mis orígenes, mi familia, mi pueblo y mis raíces. Vendo lo que nadie puede comprar, con garantía de por vida.
Es fácil hablar de lo que se ama, lo difícil es poder llegar, transmitir esa verdad y compartir un sentir real. Determinadas sensaciones no se pueden expresar con la palabra, es imposible, nos pasa a todos, todos tenemos unos recuerdos íntimos e imborrables encerrados en la impotencia de su exposición, como el tacto de aquellas manos o el timbre de aquella voz, aquello que sólo se puede sentir tocando y oyendo, aquello que sólo cada uno diferencia e inútilmente intenta revivir por mucho que cierre los ojos, por mucho que abra el corazón.
Vendo productos únicos, inimitables e inasequibles, vendo emociones íntimas, tan profundas como imposibles de transcribir, de hacer llegar, son joyas en el cofre del alma, son sentimientos individuales y privativos que sólo allí se sienten, sólo allí se reviven, porque sólo en San Vicente duermen los indescriptibles aromas del recuerdo y los exclusivos sabores de la memoria, son emociones exquisitas sin fecha de caducidad, un amor con garantía de por vida.

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