Todo huele, todo. Todo tiene su aroma particular, todo huele a algo no sólo el aceite y los pimientos asados, también los canchos, la madera vieja, el botijo fresco, la chapa de la cocina o la lluvia de distintas nubes,
La sal huele a sal y el azúcar a chuches al anochecer en el Cristo en verano,
las porrinas al paseo de la mano con mi abuela por el valle segundo, el pan
duro a mi padre picando migas y el empedrado de las Cabeceras a flama, piel
caliente, pantalón corto y mi tía Paula
sentada a la puerta de casa..
Y hay días que huelen a bollo de
Pascua, a chaqueta de pana y tabaco de liar y otros que lo hacen a brote fresco
de sonrisas, sobras con agua para los cochinos o pilas de corcho asfixiadas por
el alambre.
Todo huele y la tristeza también, huele a ausencia temprana, a heces de
gallinas, sudor seco dolorido, migas de pan en panera de hojalata y a pelo mal
teñido en casa.
Pero todo huele. Todo.
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