domingo, 15 de agosto de 2021

Un lugar.


Érase una vez un lugar de dimensión casi onírica, un lugar de disfrute de las inclemencias humanas, sin deudas con el pasado y donde Dios funciona. Un lugar de iluminación casi religiosa donde perder sin vergüenza la mesura y la frugalidad, donde recarga la tinta el escribano, donde pesan cicatrices, hendiduras y golpes, de zonas resplandecientes y otras oscurecidas, a la brasa de los dolores más atroces.

Un lugar de mandil a cuadros con labios pintados, cara limpia y manos de ternura, un lugar que te baja los humos, que desmorona la apariencia del duro, dónde hay que ser muy duro para no romperse con facilidad.

San Vicente, un lugar donde caerse vivo.

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