Todos
los días voy a casa, allí nos reunimos alrededor de la hoguera sagrada,
intento mantener encendida la llama de su memoria, apartando nubes y borrones
echamos tizón a la brasa de los recuerdos, sólo los bonitos, los entrañables en
su memoria. Hay que mantenerla encendida, no nos quedan muchas cerillas.
Lo
intentamos a diario, le hablo para que me cuente, inútilmente intento sacar los
pies del tiesto de su realidad, luchar contra la extrema vulnerabilidad de su
memoria.
Hablamos
de sus padres, de sus tíos y primos, de trabajo al sol y besanas por sembrar,
de camisa blanca, café negro, ganado y siegas, familia y chozos, de lo que le
gusta hablar, de Cobacha, Mayorga o Valdespinar.
Hablamos
para regar su memoria, para que relea las viejas páginas de su vida,
páginas acartonadas por la edad y con letra cada día más borrosa, todos
los días, y mañana más, y pasado aunque la realidad no nos deje sacar los
pies del tiesto, aunque se imponga la a veces durísima verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario