Siempre nos traíamos cosas del pueblo, cosas que no valían para nada pero para nosotros significaban mucho. Se romperían, se perderían o qué sé yo, el caso es que cada vez que volvíamos del pueblo nos traíamos uno, si, me refiero al "gallo del tiempo", un gallo portugués de esos que cambiaban de color dependiendo del tiempo que hacía o iba a hacer. Nada de previsión a corto espacio, no, de eso nada, era algo natural y puntual, en vez de asomarte por la ventana mirabas el gallo, aunque después (por si acaso) mirabas por la ventana y no por falta de confianza no, solo era por si acaso.
Ahora que lo pienso, allí en el pueblo un gallo de esos no tendría mucho trabajo, tendría que aburrirse más que un hincha de ajedrez, no me extraña que aquí en el norte acabaran medio loco y de ahí su obligada y periódica reposición ya que en el mismo día puedes asarte de calor, cascar de frío, te puede llover a mares, hacer sol y si te descuidas, hasta nevar. Como para no desistir del intento de predecir nada el pobre gallo.
Ahí sigue, en su rincón de pensar, aunque por relevos lo tengo en casa desde hace más de treinta años y de ahí no lo muevo aunque el muy gallito debe haberse pillado por su cuenta la jubilación ya que desde hace tiempo, muuuucho tiempo pasa de todo y está en modo off, sólo le falta un cartel al cuello que ponga... "A mi no me mires que no estoy."
Su exposición encima de cualquier lugar de casa era una ostentación de orgullo y su presencia, en lo que a mi se refiere me hacía compañía mientras esperaba el momento de volver a estar en mi pueblo, con mis abuelos. Ya me da igual su color, lo conservo por tradición y porque lleva pintado el nombre de mi pueblo.
En mi casa hay mucha simbología del pueblo, tengo el típico platito de Recuerdo de San Vicente de Alcántara" sobre dos soportes que se engarzan el uno con el otro para mantenerlo erguido, bastantes objetos de corcho como dos asientos, un joyero, un precioso palillero que me regalaron mis parientes del Litri, etc..., pequeñas cosas, cosas futiles, no todo lo que nos traemos del es chacina y bollos, nos traemos cualquier cosa pero de allí, de nuestro pueblo, cosas que te recuerdan tus orígenes y cuyo escaso significado crece en progresión ilimitada cuando estás fuera, algo que llega hasta el infinito y más allá, como tu orgullo de ser extremeño y sobre todo, sanvicenteño.
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