sábado, 16 de abril de 2016

Recuerdos.

A estas alturas, como dice Fito en su canción... "puedo escribir y no disimular, es la ventaja de irse haciendo viejo..." Debe ser que me estoy haciendo mayor, debe ser que el uso por la edad va desgastando el escudo precolombino que absurdamente disimula la normalidad de las emociones, debe ser eso. 
El caso es que yo no es que sea especialmente nostálgico aunque para ser sincero, de mi pasado (que no del pasado), solo echo de menos todo y cada día más puesto que mayor es la emotividad de los recuerdos. Cuando hablo con mi madre y le narro alguna de esas escenas, se sorprende y hasta ha llegado a preguntarme que cómo es posible que lo recuerde, lo tengo fácil, solo tengo que contárselo para reflejar la verdad, ella estaba allí o sabe de lo que hablo.
No es una cuestión de memoria ni capacidad del disco duro, no se trata de procesamiento de datos y estiba de la información, no, no es como el cajón de los calcetines que caben o no depende de como los coloques, no es eso, el secreto está en el amor infundido, en el sentimiento más íntimo, en la calidad de la vivencia para ser o no merecedora del recuerdo, en la querencia de lo puntual, de aquel momento que por una u otra causa se grabó tan dentro que casi cincuenta años después puedes describir con total pulcritud aquel instante, aquella sensación, el tacto de aquellas manos, aquella risa, ese beso y hasta el aroma del lugar.
Los recuerdos no mienten, están ahí, perfectamente colocados así pasen los años, preservados del olvido, a resguardo del tiempo y al calor del corazón.
No están prefabricados ni los encontrarás en el todo a cien, es algo privado y privativo, no hay dos por uno, cada uno es diferente, auténtico, especial y original, cada vivencia es única aunque todas se vinculan a la misma raíz, la del amor utilizado como abono en su siembra.
Estoy seguro, segurísimo que dentro de cuarenta años, a mi nieta Lucía le pasará exactamente igual que a mi, lo sé porque sé como es y la veo venir. Dentro de cuarenta años sonreirá hasta emocionarse recordando como cuando era niña, a solas con sus abuelos iba al campo a buscar vacas vestidas de vaca, como por prevención cogíamos un palo para defendernos por si entre la hierba nos aparecía un cocodrilo azul de esos peligrosísimos que se comen las nueces con cáscara, recordará como cogíamos cangrejos en el río que levantaban la pinza para bailar sevillanas y luego los soltábamos para que se lo fueran a contar a sus hermanitos, como buscábamos ciempiés con calcetines de colores e hipopótamos entre las nubes. 
Se le humedecerán los ojos al revivir esos recuerdos, recordará con media sonrisa en la cara el ir con su abuelo andando de espaldas hasta casa, el caminar por la calle sin pisar la raya, como había que paralizarse y ni pestañear al subir por las escaleras mágicas, como enseñaba a su abuelo por dónde llegar a casa cuando a éste misteriosamente se le olvidaba el camino, dónde comprar frigopiés rosas, pipas peladas que no piquen, flahses de naranja o helados de limón de los grandotes y el cantar y bailar tocando la guitarra invisible...siempre recordará como todo el empeño de su abuelo era hacerla feliz y lo mejor de todo, lo más importante, es que ella lo repetirá la intención con sus hijos y se lo transmitirá a sus nietos, como hicieron conmigo.

Es la vida, una sucesión de enseñanzas, repetición de experiencias y transmisión de la herencia emocional. Esos serán sus recuerdos, los que hoy siembro en mi nieta, los que abono con amor, los que en su día sembraron en mí.

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