sábado, 16 de abril de 2016

Gafas al corazón.


El tamaño de las cosas siempre es relativo, depende de cierta proporción, la de la mirada, la medida y la altura de su enfoque. A mis ojos el Cristo era una plaza inmensa donde cabíamos todos, Muñoz Torrero una cuesta interminable para subirla en aquella bici de hierro de mi tío Chiripa y Hernán Cortés la Gran Vía adoquinada.
El tinao era ancho y largo, enorme, el cancho del peligro una gran roca prohibida e inexpugnable y la ermita del tamaño de una catedral.
La casa mi abuela era un palacio con inmensa corralada, con un gran árbol en su parte izquierda y una pila enorme donde me bañaba. Con los años, la casita tenía angosto minipatio, letrina, higuera de dos metros veinte y lavadero de metro treinta.
Ahí, la  altura y el enfoque de la mirada te muestra la realidad de la visión y las cosas con el tamaño que siempre tuvieron, como siempre fueron, adaptando los recuerdos a la verdad de lo tangible. Entonces es cuando te das cuenta que tienes que agacharte para entrar en casa, que el zaguán de la camilla es de dos por dos y aquel patio apenas tiene diez metros cuadrados.
La vida te muestra su tamaño real, su auténtica dimensión, corrige las medidas en la visión de tus recuerdos y pone gafas a las proporciones del pasado pero lo que jamás podrá, nunca, es ponérselas al corazón.

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