Erase una vez un lugar donde los
silencios hablan, donde el tiempo tiene otra dimensión, donde los aromas tienen
rostro y los colores tacto, erase una vez un lugar tan sensorial que las
palabras adoptan una desnudez casi pornográfica.
Erase un lugar de Corpus colorido y cielo colorado, un lugar de cuento para contar recuerdos, donde las casas con los años cambian de tamaño y las calles encogen con la edad, un lugar con sitios sitiados por la emoción, parajes rodeados de memoria y caminos surcados a ras de piel.
Erase un lugar de Corpus colorido y cielo colorado, un lugar de cuento para contar recuerdos, donde las casas con los años cambian de tamaño y las calles encogen con la edad, un lugar con sitios sitiados por la emoción, parajes rodeados de memoria y caminos surcados a ras de piel.
Erase una vez un lugar con
rincones indefinibles, parajes únicos e irrepetibles, imborrables en el
recuerdo, seductores y poseídos por un amor desmedido, erase una vez un cuento
que cuenta de un lugar hechizado por el pasado, perfumado por el sentimiento y
adorado por el más intimo de los afectos, donde lo invisible es sensible y el
amor tangible.
Erase una vez un lugar de migas
compartidas y gazpacho de poleo, buche, mondonga, cominera y patatera, un lugar
con la vida debida, luz blanqueada al sol y resóleo a la sombra, de pasión
esculpida y miradas puras, de besos abiertos y abrazos cerrados, un lugar
cálido de espacios vivos, sin apariencias que engañen ni males que vengan bien,
sin dulces margosos ni arrieros en el camino, erase un lugar mágico, erase una
vez un lugar de cuento.
Y
colorín colorado..., a San Vicente hemos llegado.
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